sábado, 17 de enero de 2015

Cocina

Llevo ocho días en Lo Hidalgo. Una localidad que queda entre Villa Alemana y Limache. Es campo. No hay muchas cosas que hacer. Ver pasar los autos con parejas que van a los moteles. Ver como ellas salen avergonzadas, con la cara cubierta por lentes, pañuelos y sombreros. Como si estar en un motel fuese un pecado o algo por el estilo. Quizás sólo sea el miedo a ser descubiertas. ¡Vaya a saber uno! Estos ocho días no he tenido acceso a microondas,  puesto que no hay en el lugar en el que estoy. Y me ha servido para corroborar lo nefastos que son. Comida latiguda. La flojera. ¿Que ya nadie se da el tiempo de cocinar algo sin usar el microondas? Hasta he escuchado de gente que prepara huevos a la copa en esa máquina, ¡¿qué mierda es eso?!

Creo en la cocina como medio de revolución. Como medio de generar cultura. De traspasar conocimiento. Sin duda, el microondas y el boom de las comidas congeladas y envasadas, listas para consumir en dos minutos, no ayudan en el arte de cocinar.

Vez que voy donde mis abuelos, le digo a mi abuela que me enseñe algo. No quiero que se pierdan las recetas que son típicas de la familia. Al final la comida te trae recuerdos, buenos o malos, pero recuerdos al fin. Puede sonar medio cliché, pero es la verdad. Cocinar platos típicos. ese ha sido mi estandarte el último tiempo. Tratar de rescatar cosas. Ya basta de posmodermismo gastronómico. Hay que volver a las raíces, caramba.

Me gusta cocinar escuchando Ángelo Escobar.

1 comentario:

Nicolás dijo...

Espectacular comentario, a propósito de lo que hablábamos hace algunos meses