domingo, 8 de noviembre de 2015

Senderismo en el Manquehue

La salida estaba organizada para la semana pasada, pero por un par de inconvenientes la realizamos el día de ayer. El extraño y cambiante de clima de estos meses primaverales hacía presagiar que la vista de Santiago, o mejor dicho, de Vitacura, estaría obstruida por la nubes. Y así fue.

El día amaneció nublado, lo que era bueno para subir el cerro. Pero, como mencioné anteriormente, esta especie de clima bipolar nos sorprendió y se despejó justo antes de empezar la subida al cerro. Es un poco engorroso llegar hasta el portón de acceso del cerro si es que uno no conoce Lo Barnechea (¡puta que está lejos!). En Escuela Militar se toma la micro C14 que es la que nos acerca. Digamos, mejor, que nos evita subir el Cerro Alvarado para poder llegar a la falda del Cerro Manquehue. 

Hay que bajarse de la micro pasado el colegio Santiago College. En la esquina de Los Trapenses con El Golf de Manquehue. Es por esta última calle que se llega al cerro. Luego de caminar cerca de veinte minutos por un barrio bastante ajeno, bueno, no se le puede llamar barrio. No hay almacenes, quioscos, no se ve gente caminando por la calle, salvo algunos deportistas que se animan a trotar la mañana de un sábado. No pasan micros, ni taxis. Acá uno se da cuenta de por qué hay tantos autos en Santiago.  Mucho cartel anti aborto y cosas que no me parecían.

Pasado este tramo llegamos a la entrada. Hay un portón que tiene carteles que dicen prohibido el acceso y otras cosas, pero hay una "puerta" hechiza por la que uno puede ingresar. Y la verdad es que entre mucha gente. 

Se parte caminando por un camino asfaltado y luego comienza el sendero. Con Nicolás partimos caminando bastante rápido, y nos pasó la cuenta ya que no sabíamos que era tan empinado. El sol nos quemaba y el sudor empezaba a ser parte de nuestros cuerpos. Había sol, pero también había bruma, por lo que la vista hacia Lo Barnechea, que es lo que uno ve mientras va subiendo, estaba tapada.

Mucha vegetación y mucho insecto pequeño. Pájaros de variadas especies. Me gustaría saber un poco de botánica y de ornitología para poder diferenciar a la especies. Las especies que logré diferenciar son espinos, litres, añañucas. Según lo que leí también hay quillay, peumo, maitén, plantas características del bosque esclerófilo.

Vegetación en zona cercana a la cumbre.

Añañucas, se ven bastantes en esta época del año.
Chagual en flor.

En un momento se pasa bajo una torre de alta tensión. Y luego comienza una subida dura. Se notaba que no subía cerros hace tiempo. Pero el cuerpo aguanta y también tiene memoria. Por lo que no se convirtió en algo difícil.

El sendero después se torna más amigable hasta llegar a la parte rocosa. Que es el último tramo. Particularmente, me gusta subir entre rocas, pero es más cansador, debido a que hay que dar paso más grandes. Pasada esta última parte se llega a la cima del Cerro Manquehue.

Nicolás en la cima del Manquehue.

La parte más alta está en torno a los 1640 m s.n.m. Lo que llama la atención al estar arriba es el ruido que genera Santiago. Imaginen a un avión despegando que pasa por sobre uno. Es algo similar. Solo que se mantiene durante todo el tiempo.  Al rato uno se olvida y vuelve a escuchar a las aves que habitan el lugar.
Con esta vista nos despide el cerro.

El descenso es tranquilo, pero hay que tener precaución en la partes en que la roca está más meteorizada porque hay riesgo de caídas debido al maicillo que se genera. Para no caminar hasta los Trapenses, tomamos una micro que se dirigía a Cantagallo en Camino Real. Se demora bastante en pasar, pero no importaba. 

Luego de casi dos horas en micro (¡un día sábado!) estábamos en casa tomando una cerveza.


P.D: ¡qué chucha que no me dejó justificar el texto!

lunes, 2 de noviembre de 2015

Lanzamiento de disco

Cincuenta metros con setenta y dos centímetros. Míseros cincuenta metros con setenta y dos centímetros. Sin duda la edad le pesaba. Atrás quedaban esos días de gloria en que rozaba la perfección. En que estaba a menos de una cuarta del récord américano del mejor lanzador de disco de su época. Allá por la década de los setenta, cuando, Danek, el checo, alcanzaba la marca de sesenta y cuatro punto cuatro metros y le daba a su país el oro olímpico en Münich.

De eso quedaba poco. Ni el disco de su época dorada ya tenía. Lo había cambiado por uno más nuevo. Quería saber si las nuevas tecnologías afectaban en algo el lanzamiento. El óxido corroía sus articulaciones. Las hacía crujir, como un latón doblándose en un temporal.

El entrenamiento lo empezó con trotes. Una vuelta a la manzana. Tomó sus viejas zapatillas Nike, una bermuda, la camiseta del equipo de sus amores y un cortavientos. Cinco minutos. Eso tardó. Después de un breve descanso, dio una segunda vuelta. Bajó su tiempo en diez segundos. Pensaba que no estaba tan mal después de todo. Un poco de aceite a los pistones y podría volver a las pistas.

Los paseos dominicales de Ilich, su perro, los empezó a realizar trotando. La vuelta a la manzana ya había aumentado al perímetro del Estadio Nacional. Se sentía mejor, pero no del todo, porque aún no volvía a lanzar. Sabía que sería un largo proceso el volver a realizar su pasión de juventud, mas aún con su edad. Pero lo tenía entre ceja y ceja y nada lo iba a detener.

Su señora ya no estaba con él. Había fallecido el año anterior. Un resfrío mal cuidado. Supongo que esa fue una de las razones que gatilló que volviera a entrenar. La soledad. En vez de hundirse en un hoyo, decidió desahogarse con el deporte.

Llegó el día de realizar su primer lanzamiento en más de treinta años. En el campo de entrenamiento del coliseo de Ñuñoa, a un costado de Marathon. El pasto estaba largo, se notaba que no iba gente a entrenar ahí. La única zona sin pasto era una huella por la que pasaban las personas que iban a trotar al lugar. Se paró en el círculo de arena. Tomó posición, dio la vuelta y media y el disco salió por los aires.

Sentía la tensión del momento, se le hizo eterno el vuelo. Podía notar cada pulsación y cómo la sangre avanzaba rauda por sus venas con cada latido del corazón. Hasta que cayó al suelo. Tomó una bocanada de aire y partió hacia el disco.

Cincuenta metros con setenta y dos centímetros.

El entrenamiento seguía día por medio. Los miércoles Ilich le hacía compañía. Lo acompañaba a buscar el disco y lo esperaba con paciencia cuando lanzaba.

La circunferencia de dos y medio metros de diámetro se mantenía como todos los días sólo con sus huellas. Se sentía el frío incipiente del invierno. Y la falta de luz también. Luego de calentar, tomó posición. Estaba decidido a romper su marca personal. El ritual previo al lanzamiento lo hizo paso a paso, tomando todas las precauciones del caso. Estaba tan enfocado en su ritual previo al lanzamiento que olvidó mirar el campo. El disco voló, tomó una parábola casi perfecta y se estrelló.

No lo podía creer. Mientras miraba el objeto volando y siguiendo su camino, vio que este, al aterrizar chocaba en la cabeza de un atleta que entrenaba por los senderos de tierra entre el pasto. Inmediatamente fue a piso. La sangre corría. El último respiro escapaba de los pulmones del corredor. La muerte había llegado para él. 

Corrió hacia él, Asustado, Temblaba, No sabía qué hacer. Fue cuando se agachó para verlo que notó algo. Había roto su marca personal. Incluso había superado los sesenta y cuatro y pico metros del checo. Agarró el disco y salió corriendo mientras que una leve sonrisa se iba formando en su arrugado rostro.