martes, 20 de agosto de 2013

Otoño

Una tarde de domingo, me acuerdo porque durante esa mañana me habían obligado a ir a misa. Los más probable es que haya sido otoño (¡imagínense lo terrible que es para un niño ir a misa un domingo en otoño!), porque, por lo que recuerdo, estaba fresco, corría un viento agradable, helado, pero agradable, que traspasaba mi polera y hacía que mi piel se pusiera como gallina. Además estaba lleno de hojas secas. De esto último me acuerdo bien porque la pelota de fútbol se quedó atrapada en un árbol luego de fallar un penal. El balón se elevó sobre el travesaño imaginario que yacía entre dos árboles y fue a parar a las ramas. Me acuerdo que mi viejo estaba al arco, y se enojó. Se enojó porque había gastado plata que no tenía por comprarme esa pelota y ahora estaba a cinco metros de altura y nada podíamos hacer para sacarla. Estuvimos un buen rato intentando que cayera tirándole piedras, pero no daba resultados.Lo único que provocó fue una lluvia de hojas secas, de colores rojizos y marrones, de diferentes tamaños, algunas mordidas por algún insecto, otras íntegras. No paraban de caer y se amontonaban suavemente sobre el pasto esperando que algún niño, o alguna pareja de novios inmaduros, se acercaran a saltar sobre los montones de hojas.