lunes, 22 de agosto de 2016

Remolinos

Y de la nada aparecían. Cuando el viento por algún motivo que desconozco removía el sedimento desértico. Lo elevaba y la magia ocurría. Se formaba el remolino. Lo veíamos a la distancia. En su auge y en su caída. Queríamos ser parte de él. Tratar de entenderlo. De fundirnos con él y dejarnos llevar por la ventolera. Ser granos acarreados por alguna de las fuerzas de la tierra. Sentir que somos livianos y que podemos movernos por donde se nos plazca. O por donde nos lleven las corrientes. Es por eso que corríamos hacia ellos, en una eterna danza, con el temor de desaparecer, de no volver más a nuestro hogar. Con el miedo de que nuestros anhelos se volvieran realidad y pasáramos a ser un grano más dentro del polvo que mueve el viento. Dust in wind. Y suenan los violines. Y suena el silencio del desierto. Y también el chocar del sedimento contra el lecho rocoso. Y si prestáramos más atención, de los granos de arena enfrentándose contra la ínfima pared de agua del Loa. Esa que tantos recuerdos me trae. De los olores de las plantas que crecen en un lecho. Olor a casa. Un lugar que me es lejano en estos momentos. Qué ganas de que llegara uno de estos tornados de arena a mi pieza y me transportara al norte, a mi tierra que tanto extraño.

jueves, 18 de agosto de 2016

Algunos alcances sobre la guerra

Corrían los años de la segunda gran guerra de los últimos tiempos, o al menos así es como la pintan en los libros del colegio. Mejor digamos que esta historia se desarrolla a fines de la década del '30. Del siglo pasado, claramente. El lugar: Valparaíso. Mencionaba lo de la guerra porque es relevante hasta cierto punto. 

Si nos adentramos en la geografía de Valparaíso, o Valpo, como les gusta decir a algunas personas, veremos una gran cantidad de cerros que se funden, y quieres estar lo mas juntos que puedan al mar. Por esto es que tenemos la vista privilegiada del puerto y de la bahía en toda su extensión.

No sé cómo se habrá visto el puerto durante esos años. Imagino que llegaban los vapores con productos como plátanos, nueces y quizá qué otra mercadería. Las noticias viajaban lento. Había que ir al plan a escucharlas en alguna de las radios de los locales de comida, o leerlas en pizarras puestas en ciertos lugares.

Las personas que tenían radio lo podían hacer desde la comodidad de su hogar. Y aquí aparece la pequeña Anne. Una niña rubia, de ojos celestes, un color tan profundo, un color que me transmite calma y a la vez intriga. Qué cantidad de emociones se pueden encontrar en la mirada de una persona.

En el cerro Alegre jugaba con sus vecinas. Ambas iban a sus casas, pasaban la tarde juntas, tomaban once juntas, y así. Una típica amistad de niños. Pero comenzó la guerra. Anne era hija de inmigrantes ingleses, que llegaron a Chile a comienzos del siglo pasado en busca de mejores oportunidades. Sus vecinas eran hijas de alemanes.

Este hecho gatilló que los padres de las niñas les prohibieran juntarse. No más amistad con los vecinos. Era como una traición a sus países el que sus niñas se juntaran con las hijas del enemigo. ¡Como si ellas tuviesen la culpa!

Los meses pasaban y la guerra no terminaba. Por tanto las vecinas no podían jugar tampoco. Llegaban las noticias al barrio. Noticias de la guerra. Antes de que cualquier persona en el barrio pudiera comentarla, los padres de estas niñas corrían a sus casas lo más rápido que sus cuerpos lo permitían. Abrían sus cajones respectivos. tomaban la bandera de su madre patria y partían al patio hasta el asta para izarla. Todo como una competencia. Por demostrar la superioridad de uno contra el otro. Y mientras esto sucedía, se miraban. Sus miradas se cruzaban. La sonrisa brotaba en sus bocas cuando alguno estaba a punto de ganar.

De esa forma vivían la guerra algunos inmigrantes. Como un juego infantil. Juego que prohibieron a sus hijas, pero que hicieron parte de ello en modo de una competencia.

No sé cómo habrá terminado la historia de amistad entre Anne y la niña alemana. Tendré que preguntárselo a mi abuela la próxima vez que la vea.