domingo, 22 de febrero de 2015

Momento mágico

Comenzaba el descenso desde El Salvador hacia la costa. Sólo uno de los cuatro que íbamos en la camioneta conocía la ciudad. Pero estuvimos ahí, la recorrimos. Hasta entramos al estadio y nos dimos el gusto de pisar el pasto. Que no es sintético como el del estadio de Copiapó, el Luis Valenzuela Hermosilla. Había gente regando el césped de El Cobre. Y hacía mucho calor. Comenzaba el descenso desde el Salvador hacia la costa. Ciento veinte kilómetros nos separaban de nuestro objetivo. Íbamos conversando. Salían a colación palabras como inmensidad, belleza, pampa, abuso y otras más. ¿Por qué no te ponís música? ¿Cómo qué? No sé po'. ¿Quila? Oh, yo ando con la Cantanta. Y empezamos a escuchar la Cantata de Santa María de Iquique. Ad-hoc. O casi. Señoras y Señores / venimos a contar / aquello que la historia / no quiere recordar. Todos la cantamos. De principio a fin. El tío hacía los diálogos. El reto cantaba. Algún entusiasta movía las manos haciendo percusiones, guitarras y vientos. El momento cúlmine de esta travesía llego al entrar a Diego de Almagro. Sonaban las últimas notas de la Cantanta, el potente último verso Unámonos como hermanos / que nadie nos vencerá / si quieren esclavizarnos / jamás lo podrán lograr. Y de la tierra emerge un puño de acero. Un puño izquierdo metálico oxidado, envuelto en una estructura metálica, oxidada también, con dibujos en ella. Palomas, cascos mineros, hoz, martillos, manos, estrellas. Todo en tonos naranjos que combinaban bien con los colores del desierto de Atacama. Se detiene el auto. Se genera un silencio entre todos. La radio ya no suena. No hay voces, Solo cuatro hombres mirando una estatua.

viernes, 13 de febrero de 2015

Migas de pan

Me desperecé y logré poner los pies en el suelo. Me costó mucho. Había sido una larga noche y la comodidad de mi cama me lo hizo más difícil, pero lo logré. Un par de bostezos, de esos bien largos y ruidosos, una refregada de ojos para quitar esos granitos que parecen arena que te pegan los ojos sin dejarte ver nada del día que comienza. Ahí estaba yo. En el limbo entre la cama y el piso. El primer paso fue agradable. Bueno, quizás no tanto, pero el segundo sí que lo fue. Me gusta la sensación de pisar migas de pan duras. Lo siento como un masaje y eso que no me gustan los masajes. Luego de seguir un par de instrucciones como dictaba Cortázar me puse a andar. Quizás hasta subí una escalera, pero eso no lo podría aseverar, dado que no recuerdo si mi casa tiene o no escaleras. Pero digamos que sí para hacer esto más interesante. Bueno, en teoría si hay una escalera debería haberla bajado. Se supone que las piezas están en el segundo piso y la cocina en el primer piso. Por tanto, podría darme el lujo de escribir "instrucciones para bajar una escalera", aunque sea una copia burda de ese gran escritor. Me lavé la cara en la canilla de la cocina (qué extraño decirle canilla). Masqué un pan duro y un durazno que aún no maduraba. Qué terrible es desayunar mal. Seguía pisando migas de pan duro en la cocina. No sé cómo no hay hormigas, pensé. Siempre he pensado que no hay que fumar antes de mediodía. Pero tenía ganas. Así que prendí un cigarro y lo fumé con toda parsimonia. Ponía atención en el crepitar del papel y del tabaco. Qué maravilloso sonido. Me vi reflejado en el vidrio del horno eléctrico -eléctrico, no de microondas. Esas hueás son para los maricones-, y vi mi pelo enmarañado. Decidí ir a peinarlo y terminé lavándolo. Me corrí una paja en la ducha, pero no me fui. El pelo ya no estaba más hecho un lío, pero estaba mojado. Las gotas de agua caían al suelo formando un pequeño charco. El piso del baño estaba mojado. Y el piso de baño también. Uno es cerámico y el otro es de algo parecido a la lana, pero no sé. Volví a bajar la escalera. Ya podría decir que soy un experto en bajar escaleras, mas no en subirlas. Cuando chico me tiraba de poto por la escalera. Después mi abuela me retaba y me decía que me podía quebrar la espalda haciendo eso. Nunca le hice caso y nunca me quebré la espalda. Menos mal. Qué paja andar en silla de ruedas. Me terminé de vestir sobre las migas de pan duro. Y me fui a jugar a la pelota a la cancha del barrio. A lo lejos se escuchan los autos. En realidad se escuchan bien cerca. Y pasan rápido. Yo meto un gol. Y otro más. Al rato siento algo extraño pero agradable en el zapato. Me detengo en medio de la cancha. Todos me putean. Yo tranquilo me quito el zapato, luego la media y descubro un par de migas pegadas en mi pie.

jueves, 5 de febrero de 2015

Teoría del norte y sur de Santiago

Un gran amigo trajo su bicicleta desde su casa del norte para empezar a usarla en Santiago como su medio de transporte. Hace un par de días la arregló y hemos estado haciendo rutas. Ambos vivimos al sur del Mapocho. "Hueón, parece que es cierto lo que dice mi viejo ¿Qué cosa? Que la gente que vive al norte del Mapocho se queda a ese lado y la que vive al sur del Mapocho igual". Así que nos quedamos debatiendo sobre esa teoría. Puede sonar muy del estilo "ay, es que yo no bajo de Plaza Italia", pero no es de ese fenómeno del que estamos hablando, pues, según yo, eso ya va más por algo socioeconómico. Las rutas que hemos trazado desde que él arregló su bicicleta han sido todas hacia el sur del Mapocho. San Joaquín, San Miguel, Macul, La Florida, PAC, La Pintana, etc. Todas las cosas que hacemos diariamente están al sur del Mapocho. Incluso, al sur de la Alameda. ¿Cuál será el radio que se mueve una persona de su casa en promedio? Supongo que deben tender mucho hacia el centro y hacia el sector oriente de la capital, formando sendas elipses, mas que circunferencias. Por tanto, nos hemos propuesto empezar a hacer viajes hacia el norte del Mapocho. Un poco para romper con esta teoría que planteó su papá alguna vez.

PS. Creo que no logré explicar de la mejor manera ésto. Debe ser el sueño.