Los hielos se
derriten en el vaso, solo están los hielos. El copete ya se lo tomaron. Se
forman esas pequeñas gotas de agua en el exterior del vaso -creo que la gente
dice que el vaso está transpirado-. Las gotitas se deslizan por la pared del
vaso y caen en la mesa, mojándola. Nadie se percata de esto. Mejor así, eso
hubiese arruinado el momento. Es que la mesa es de madera muy fina, no recuerdo
qué madera es, ni tampoco dónde ni cuándo la compraron. El hielo se sigue
derritiendo y nadie pronuncia palabra alguna. Solo se miran. Se miran fijamente
a los ojos, pero en realidad no se están mirando. Están idos, como dicen
vulgarmente. Piensan, pero a la vez no lo hacen. Los minutos pasan y el hielo
ya se convirtió completamente en agua. Mario toma el vaso y bebe el agua que
queda. Dice, o cree decir, que necesita dormir, que está cansado, que está
ebrio, quizá. Triste. Lucía no lo escucha, lo sigue mirando, pero sin mirarlo.
Tiene su mirada fija en algún punto de la habitación, pero da la impresión que
mira a Mario. Se está poniendo frío, balbucea Lucía, como para intentar romper
el hielo. Ahora es Mario quien no le
presta atención. Siguen interactuando como si nada hubiese pasado. Como si
nunca hubiesen discutido, como si Mario nunca le hubiese hecho daño a Lucía.
Ambos sabían que no debían comportarse así.
En cierto punto comenzaron a cruzar palabras, a tener una conversación
fluida, todo de manera relajada. Pero así como fácil llega esa conversación
superflua, también acaba. Y todo vuelve a ser como hace una hora atrás. Justo
después de la pelea, justo en el momento en que los hielos comenzaban a
derretirse dentro del vaso.
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