domingo, 10 de abril de 2016

Era verde

Era verde. Llegó junto con otras de diferentes colores. Azul, roja, amarilla, podría nombrar más, pero para qué. Cada una con una cinta de regalo del mismo color que estaba pintada. Eran de diferentes tamaños. Por cada primo había una bicicleta de regalo. Fue una navidad a mediado de los noventa. Al parecer a mi abuelo le había ido bien durante el año y decidió regalarnos una bicicleta. 

Era verde. Aro 16. Todavía la recuerdo bien. Los detalles del manubrio y la tee, cromados. Los puños, verdes. Los pedales, negros. Las llantas y rayos, brillantes, relucientes como una luna plateada. Los neumáticos, negros, y las ruedas de apoyo, también. Tenía unas espumas para que los golpes dolieran menos. En el manubrio y en el marco. Eran de color verde, y en letras amarillas tenían escrito "BMX".

Era verde. Ahora hablo del pasto. En la casa había ante jardín. Y tenía pasto. Ahí jugaba a la pelota. Y también aprendí a andar en bicicleta. En piques de no más de diez metros. Todo con ruedas de apoyo. Un día, con ayuda de mi abuelo, decidimos sacar una rueda de apoyo. Y así pasó un poco el tiempo, hasta que me aburrí. Quería aprender de verdad a andar en bicicleta. Eso significaba sacar el último vestigio de una bicicleta de niño.

Era verde. Ese día que volví del kinder andaba con una polera verde. Estaba con mi abuela. Y mamá estaba en el colegio. Quería sorprender a mamá. Mostrarle que sabía andar en bicicleta cuando llegara de la pega. 

Era roja. La sangre que salió de mi codo. Entre el pasto, había unos pastelones. En el primer intento de andar sin ruedas fui a dar a uno de esos trozos de cemento incrustados en la tierra. Un poco de agua oxigenada y a seguir intentándolo. Mi abuela sujetaba el asiento de la bici y me hacía pedalear mientras ella avanzaba a mi ritmo. Una y otra vez. Una y otra vez.

Era verde. Vuelvo a hablar del pasto. Al caer por segunda vez, quedé en el pasto. Era agradable la sensación. Sentir su olor. Eliminar la frustración de no poder pedalear solo, sintiendo el pasto en mi cara. Tomar la bicicleta y volver a intentarlo.

Era verde. El techo hecho de planchas onduladas de fibra de vidrio que cubrían el techo del estacionamiento. También las hojas de las plantas al costado de la reja. No sé cuántos intentos fueron antes de llegar al objetivo. A eso que anhelaba tanto. Por lo que llegaba a desvelarme en la noches. El máximo logro que podría alcanzar a esa edad. Aparte de leer.

Era verde. La reja del vecino era verde. La bicicleta seguía siendo verde, pero los golpes hacían que su color fuese dejando al descubierto su verdadero color. Ese día viví el momento. No recuerdo a qué intento lo logré. Sólo sé que pedaleando miré hacia atrás y vi que mi abuela no iba junto a mí. Nerviosismo. A piso nuevamente.

Era verde. El envase del chicle dos en uno que me regaló mi vecina por la reja. Era buena amiga de mi abuela. Jugaban a la canasta. Y siempre me daba golosinas. Me subí por última vez con ayuda a la bicicleta. Ya no necesitaba que nadie me sujetara. El momento había llegado.