Me gusta vivir en la calle, llevo
así como cinco años y no pienso volver a mi casa. Allá me hueveaban mucho, nada
tan terrible, creo que si les dijera por qué me hinchaban tanto las pelotas se
reirían, así que no lo mencionaré. Dejémoslo en que no me gustaba cómo me
trataban. Por eso me fui. Fue duro en un principio, más que nada porque
necesitaba plata para poder comer, fumar y leer. Los libros son lo más difícil
de conseguir, pero en cierto modo me las ingenio para leer al menos uno a la
semana. Lo que encuentro súper difícil de conseguir son los cigarros. No porque
no vendan en ningún lugar, sino porque son muy caros, y el poco dinero del que
dispongo lo uso para comer. Aquí es cuando le digo cómo obtengo los
cigarrillos. Si se fijan, hay muchos sectores en las calles de Santiago que
están atestados de colillas de cigarro. Uno de esos lugares son los paraderos
de micro. De verdad, fíjense: cientos de colillas. El paraíso para quien no
dispone plata para comprar cigarros. Me dedico a recoger las colillas, unas
quince me bastan para preparar un cigarrillo. Sí, sé que se están preguntando
cómo los enrolo. Bueno, eso es cuento aparte, pero convengamos en que los
consigo en la plaza en la que duermo, de los cabros que van a pitearse a
escondidas de sus familias. Me acerco a ellos y les pido que me conviden
papelillos, eso es todo. Luego de conseguir algunos, comiendo a enrolar. Lo
único desagradable es que quedan las manos pasadas a tabaco ahumado, y cuesta
que salga ese olor. Pero ya estoy acostumbrado, y a la gente que pasa en la
calle poco le importa el olor que tengo, menos el olor que tengo en los dedos.
Por eso siempre he dicho: un paradero es un buen lugar para conseguir tabaco
cuando la plata escasea.
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