viernes, 27 de septiembre de 2013

Entonces

En ese entonces tomaba cerveza. Todos los días tomaba cerveza. Tomaba camino a la universidad, en la universidad, en el camino de regreso a casa, en mi casa. A veces hacía una excepción, cuando tenía más plata, y me iba a tomar a un bar. Claramente no era un bar lujoso, más bien era uno de mala muerte, de esos que huelen a orina, a vómito, a cigarro y a prensada. Obvio que fumaba prensada, si los cabros me ofrecían yo no me podía negar. Pero como te decía, era a veces, porque no siempre tenía plata para ir a esos lugares. Me contentaba con tomarme un Báltica, sí tenía un poco más, una Escudo, pero de eso no pasaba. Sé que son malas cervezas, pero la angustia tiene cara de hereje, como decía mi taita. En ese entonces me contentaba con los riffs afilados, no me interesaba la estructura de la canción, tenía que ser algo que entrara rápido, que me pusiera eufórico, que me hiciera cabecear. Mientras más agudo cantara el vocalista, mejor. No importaba que fuese desafinado, no importada que fuese falsete, tenía que ser lo más agudo. Eso era la sensación. Riffs afilados, solos de guitarra rápidos y voces muy agudas. En ese entonces no fumaba cigarrillos, como te decía, fumaba prensada cuando iba a los bares de mala muerte. Un día, no recuerdo por qué andaba con lucas, me fui a un bar pirulo. Tomé vodka, sin hielo. Me senté en la barra, y tomaba un vodka tras otro. Debo haber estado cinco horas en el bar. Yo creo que tenía un poco chato al barman, porque vaciaba el vaso y le pedía otro corto de vodka sin hielo. Ese día conocí a Magdalena. La Magda. La vi y me gustó al toque. Tenía la piel blanca, pero se notaba que había estado de viaje, o que había ido al solárium, porque tenía la piel tostada. Tenía el pelo negro y los ojos verdes como  helado de pistacho, casi amarillos. Se sentó a tres asientos de mí en la barra, y pidió vodka sin hielo. Eso fue lo que más me llamó la atención. Estábamos tomando lo mismo, creo que ella pidió un vodka de mejor calidad que el mío, pero eso no es importante. Pasado un rato me ofreció un cigarrillo, yo no fumaba, pero se lo acepté. Lo encendí y comenzamos a conversar. La conversación fue trivial. Lo típico. Primero del clima, que hace frío, que mañana hará calor, que me gustan los perros y a ella los gatos, en fin, típica conversación banal. Al cabo de un rato me ofreció una línea.  Yo dudé. Nunca había probado la cocaína y me daba un poco de miedo, pero si ella lo hacía no tenía por qué ser malo, así que acepté. Me llevó a su auto, sacó un papel de la guantera, armó cuatro líneas sobre un espejo. Jaló ella primero, una por la izquierda y la otra por la derecha, luego me dijo a mí que lo hiciera. Repetí lo mismo, pero lo hice primero por la derecha y después por la izquierda. Tuve una sensación maravillosa. Volvimos a la barra y volví a fumar un cigarrillo y a tomar vodka sin hielo. Ella se ofreció a pagarme todo lo que había tomado. Me preguntaba por qué lo hacía, por qué una mina tan cuica estaba hablando conmigo. Yo acepté. Creo que la Magda tenía otras intenciones conmigo, pero yo estaba más preocupado de tomar vodkas más caros a que atinar a tirármela. Pasó el rato y seguíamos con conversaciones banales. El barman no pidió que nos retiráramos, porque ya era la hora de cierre. En ese entonces recordé que yo no pertenecía ahí. La Magda se ofreció a llevarme, creo que me quería llevar a su departamento, pero no acepté. Me dejó en Escuela Militar y se fue. Mi borrachera no me permitía estar en pie. Me tiré en el pasto de una plaza y me dormí. Desperté y creí que todo había sido un sueño, pero no lo era. Caí en cuenta de todo lo que había pasado. Ya no iba a poder volver con normalidad a mis bares de costumbre, ya no iba a aceptar sin recelo un pito de prensada. Todo iba a ser distinto, es que cuando uno conoce el mundo de la gente con plata después no quiere volver a su triste realidad.

miércoles, 4 de septiembre de 2013

Fede

Fede está enamorado de Julián, esto todo el mundo lo sabe, menos Julián. Fede siempre está pensando en la manera de decirle esto a Julián. Nunca encuentra las palabras para decirlo, Siempre imagina cosas. Piensa en todo lo que haría si tuviese a Julián a su lado. De momento se conforma con masturbarse y beber cerveza. Todos los días destapa una cerveza y cuando le queda un cuarto de botella o menos se empieza a masturbar. Cuando se masturba piensa en Julián. Imagina mucho, pero en realidad no sabe cómo es Julián. Quizá Fede no sabe qué es el amor, tampoco es algo que le interese; lo único que sabe es que ama a Julián. Cuando Fede se masturba, aparte de tomar cerveza, se fuma un cigarro, a veces un pito. Se concentra más, siente que tarda más en eyacular. Siempre recuerda la vez que estuvo con Sofía. Esa vez Sofía no llegó al orgasmo y Fede se frustró, se enojó, gritó mucho. La trató de maraca, de perra y Sofía lloró. Nunca más estuvo con una mujer. El otro día se tiró una línea de coca mientras escuchaba esa canción que le gustaba tanto a Sofía. Después se durmió. Despertó con una sensación extraña en el pecho y salió a caminar por Pedro de Valdivia. Era de noche y los árboles estaban cubiertos por luces, parecía navidad, pero estaba seguro que no era diciembre. De regreso a casa se encontró con Julián, conversaron parados a mitad de cuadra, no sabía qué contarle, el clima, algún estreno de cine, ningún tema le parecía el adecuado. Fueron a tomar cerveza a un pub y le dieron ganas de masturbarse cuando le quedaba menos de un cuarto de la botella. Pensó en ir al baño del pub a hacerlo, pero se contuvo. Quería que Julián lo hiciera. Tenía ganas de invitarlo a su casa. Se levantó al baño a mear, cuando volvió Julián ya no estaba, había dejado sobre la mesa un billete de diez mil pesos para pagar la cuenta. Fede pidió otra cerveza que no se tomó.

martes, 20 de agosto de 2013

Otoño

Una tarde de domingo, me acuerdo porque durante esa mañana me habían obligado a ir a misa. Los más probable es que haya sido otoño (¡imagínense lo terrible que es para un niño ir a misa un domingo en otoño!), porque, por lo que recuerdo, estaba fresco, corría un viento agradable, helado, pero agradable, que traspasaba mi polera y hacía que mi piel se pusiera como gallina. Además estaba lleno de hojas secas. De esto último me acuerdo bien porque la pelota de fútbol se quedó atrapada en un árbol luego de fallar un penal. El balón se elevó sobre el travesaño imaginario que yacía entre dos árboles y fue a parar a las ramas. Me acuerdo que mi viejo estaba al arco, y se enojó. Se enojó porque había gastado plata que no tenía por comprarme esa pelota y ahora estaba a cinco metros de altura y nada podíamos hacer para sacarla. Estuvimos un buen rato intentando que cayera tirándole piedras, pero no daba resultados.Lo único que provocó fue una lluvia de hojas secas, de colores rojizos y marrones, de diferentes tamaños, algunas mordidas por algún insecto, otras íntegras. No paraban de caer y se amontonaban suavemente sobre el pasto esperando que algún niño, o alguna pareja de novios inmaduros, se acercaran a saltar sobre los montones de hojas.

viernes, 3 de mayo de 2013

Colillas


Me gusta vivir en la calle, llevo así como cinco años y no pienso volver a mi casa. Allá me hueveaban mucho, nada tan terrible, creo que si les dijera por qué me hinchaban tanto las pelotas se reirían, así que no lo mencionaré. Dejémoslo en que no me gustaba cómo me trataban. Por eso me fui. Fue duro en un principio, más que nada porque necesitaba plata para poder comer, fumar y leer. Los libros son lo más difícil de conseguir, pero en cierto modo me las ingenio para leer al menos uno a la semana. Lo que encuentro súper difícil de conseguir son los cigarros. No porque no vendan en ningún lugar, sino porque son muy caros, y el poco dinero del que dispongo lo uso para comer. Aquí es cuando le digo cómo obtengo los cigarrillos. Si se fijan, hay muchos sectores en las calles de Santiago que están atestados de colillas de cigarro. Uno de esos lugares son los paraderos de micro. De verdad, fíjense: cientos de colillas. El paraíso para quien no dispone plata para comprar cigarros. Me dedico a recoger las colillas, unas quince me bastan para preparar un cigarrillo. Sí, sé que se están preguntando cómo los enrolo. Bueno, eso es cuento aparte, pero convengamos en que los consigo en la plaza en la que duermo, de los cabros que van a pitearse a escondidas de sus familias. Me acerco a ellos y les pido que me conviden papelillos, eso es todo. Luego de conseguir algunos, comiendo a enrolar. Lo único desagradable es que quedan las manos pasadas a tabaco ahumado, y cuesta que salga ese olor. Pero ya estoy acostumbrado, y a la gente que pasa en la calle poco le importa el olor que tengo, menos el olor que tengo en los dedos. Por eso siempre he dicho: un paradero es un buen lugar para conseguir tabaco cuando la plata escasea. 

domingo, 31 de marzo de 2013

Carrete

Estábamos  en una fiesta, en algún lugar de Santiago, no sabría decir dónde, debe haber sido en algún lugar de clase media-baja. Esto último basado en los ladrillos que se dejaban ver en el living-comedor de la casa. Paredes de ladrillos Princesa -esto lo sé porque estudio ingeniería en obras civiles-, sin capa de concreto por fuera, ladrillo pelado, con apenas una mano de pintura blanca. Debe ser alguna de esas villas que tienen cientos de casas iguales, todos con los living-comedor de la misma forma. En la mesa se podían observar los vasos, todos diferentes, restos de juegos de vasos antiguos y algunos más nuevos. Los tragos que habían no eran de los más caros, tampoco de los más baratos, pero no podría decir exactamente cuáles eran. Aun así, nos acercamos a la mesa y nos servimos unas piscolas, –creo-, luego nos acercamos al sillón para sentarnos. No cabíamos los tres, había alguien más sentado ahí, así que acercamos una silla y nos pusimos a conversar. Nos sentíamos incómodos, prácticamente de eso trató la conversación, conversación que tenía que ser discreta para no ocasionar molestia a los dueños o a los amigos de estos. Comencé a fijarme en el sillón. Estaba forrado en algo que parecía cuero, pero claramente no lo era, estaba lleno de hoyos, yo creo que estaba así de lo viejo que era, o quizá por la mala calidad del forro que tenía. Igual era cómodo, eso es lo que más importaba en ese momento. Después me fijé en el piso, no era de madera, ni siquiera era piso flotante. Toda la casa tenía el piso de cerámica, ¡hasta las piezas!, como pude notar con posterioridad. El alcohol y la droga que había jalado disminuían un poco el impacto que me producía esta casa. La coca me la había conseguido el hijo de un socio de mi papá. Era muy pura, me salió súper cara. Pero no importa, puedo pedirle más plata a mi viejo mañana, o cuando la necesite. En un momento se nos acercó uno de los invitados de la fiesta. Nos comenzó a hablar, pero no le dimos bola. Se notaba que tenía ganas de armar una pelea, cosa que a mí me parece atroz. Pero él insistía con pelear, e incitaba a alguno de sus amigos a unírsele. Comenzó dándome un par de palmadas en la cara, y eso yo no lo aguanté. Cómo se le ocurre a ese roto tocarme. Más aun sin yo haberle hecho mal alguno. Quizá le molestaba mi presencia. Quizá quería que le diera plata. Quizá quería mis zapatillas. Vaya a saber uno. Las cosas pasaron rápido, pero me vi enfrascado en una pelea con aquel tipo. Creo que logré pegarle un par de combos, incluso diría que le quebré la nariz. Pero él me dejó peor. No sé qué habrá sucedido en el lapso de tiempo en que estuve inconsciente, de lo único que estoy seguro es que mis amigos se fueron, no me ayudaron, y, que, además, el tipo con el que peleé me robó toda la plata que andaba trayendo, ¡hasta los dos papelillos con coca! Medio atontado, me agarré de la mesa y me levanté. Abrí la puerta que daba a la calle y salí. Comencé a caminar, a preguntarle a la gente dónde estaba. ¡Vaya, qué lejos estaba de casa! Cogí el primer taxi que pillé y le pedí que me llevara a mi hogar.  Llamé a la Gabi, que es mi nana, y le dije que me esperara con plata afuera de la casa, y que no les contara nada a mis viejos. Así lo hizo. Cancelé los quince mil pesos de la carrera y entré a la casa. Cuando llegó mi viejo y me preguntó que cómo estaba, le dije que bien, que lo había pasado muy bien en la casa de Andrés, que es mi mejor amigo. Si supiera todo lo que pasé anoche me desheredaría. Y claramente yo no quiero eso.

Caos


-¿No tenís otra cosa que decirme?
-Y cachai que estaba en el carrete y apareció ella.
-Puta, sí, pero acá no te lo puedo decir. Siento que hay mucha gente alrededor, y esta hueá es seria, onda, pa’ conversarlo solos.
-¿la pulenta? ¿Y qué onda, hueón?
-Dale, ¿te parece si nos bajamos en dos estaciones más? Por ahí hay un café. Es un lugar súper tranquilo, nunca va mucha gente, quizá uno o dos escritores, pero siempre están concentrados en lo que escriben. Le importa un bledo la gente que va pa’l café.
-Sí, la dura. Hueón, te juro que quedé pa’ la cagá, estaba más rica que la chucha, con unos pantalones terrible apretados, se le veía la media raja. Pa’ que te cuento el escote que tenía. Uf, me acuerdo y me caliento.
-Ya po’, tú me guías, sabes que no conozco estos sectores.
-De más po’, socio, si la cabra está terrible buena. ¿Y pasó alguna hueá?
-Cambiando un poco el tema, me acurdo que estabai planeando un viaje a Chiloé, ¿en qué quedó eso?
- Ni te cuento mejor, quedó la cagá.
-No cacho, tuve un atado en mi casa y tuve que gastar la plata que tenía pa’ eso. Igual, si logro volver a juntarla parto pa’ allá lo antes posible.
Se inicia el cierre de puertas.
-Chucha, acá me bajo, socio, otro día me terminai de contar, chao.
-Ah, pucha, ¡qué lata!
-Ten más cuidado, cabrito. No andes empujando. Como te iba diciendo, María, me compré unos collares en la calle, están súper bonitos, cuando lleguemos a la casa te los muestro.
-Sí, pero así son las cosas. Igual, en una de esas podría partir no más, si me animo más, podría irme a Argentina, tengo unos amigos allá, viven cerca de Buenos Aires.
-¿Y cuánto te costaron, abuelita?
-Es bonito Buenos Aires, voy todos los años para allá, casi siempre pa’ algún fin de semana largo. Aprovecho de comprar libros y cd’s.
-Eso no es de tu incumbencia, no tengo por qué decirte cuánto gasto en mis cosas.
-¿Acá nos bajamos?
-Perdón, tenía curiosidad por saber. Oye, abuelita, ¿me puedes comprar un helado en el almacén que está cerca de tu casa?
Se inicia el cierre de puertas.
-Sí, vamos, apúrate, que nos quedamos arriba.
-Bueno, pero no le digas a tu mamá, que después me reta por dejarte comer a deshoras.
-¿Jorge? ¿Jorge Díaz?
-¡Ya!
-¡Jaimito! ¡Tanto tiempo sin vernos! ¿Qué ha sido de tu vida?
-Aquí estamos, compadrito. Buscando pega, la cosa está cruda, mi señora también está sin pega, y mi hijo mayor entró a la u, no sé qué voy a hacer.
-Pucha, compadrito, qué mal.
-Sí, ¿tenís algún dato de pega? En lo que sea.
-Puta, no, parece que la cosa anda mal en todos lados.
-Así parece. Ya, compadrito, me bajo acá. Que estés bien, saludos a tu familia.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Segunda persona.


The sun falls on my eyes and I'm struggling to reason why everybody smiles.

Estás escuchando Penfold, pensando si seguir leyendo a Bolaño o ir a prepararte un sándwich de queso. Al final no te decides por ninguna y sigues escuchando Penfold. Sabes que no te hace bien escucharlos a estas horas de la madrugada, pero insistes en hacerlo. Quizá por qué lo haces, tal vez no tuviste un buen día, quizá sí. Lo más seguro es que hayas tenido un buen día, pero alguna situación lo haya arruinado. Ves los cigarros sobre la cómoda, piensas en fumar, pero en realidad no tienes ganas. La verdad es que este último tiempo te ha dado asco el olor a cigarro. Te da asco quedar con los dedos con olor a tabaco. Prefieres seguir acostado, escribiendo estas líneas. En cierto modo usas esto para desahogarte, o algo así. Te gustaría tener más talento para escribir. O más imaginación para lograr escribir algo más que media plana. Tu principal problema es que te hace falta leer más. Ese es el mayor problema. No basta con lo que lees actualmente. Debes hacerlo más para obtener más vocabulario, pero eso se dará con la costumbre. Mejor anda a leer a Bolaño. Déjate de huevadas, no te llevarán a ningún lugar, solo a seguir odiando un poco más al mundo

martes, 5 de marzo de 2013

Olvidar


Garrafas, todo el parque lleno de garrafas. Vacías. Todas las garrafas están vacías. El ambiente está tenso, como si toda la gente que ha bebido el pipeño quisiera pelear. El ambiente está tenso. Julio se levanta, llevaba cerca de una hora inconsciente, es que mezclar vodka y pipeño no hace bien. Mareado, muy mareado. No recuerda qué sucedió, ni cómo llegó allí. Nota que el ambiente está extraño; tenso, piensa. Sacude lo mejor que puede el polvo y pasto de su polera, busca su sweater y se pone a caminar. Quizá caminando recuerde por qué se emborrachó para olvidar.

Play


Sentí que faltaba algo en mi habitación. No sabía qué era, y tampoco indagué más en el asunto. Seguí haciendo las cosas que estaba haciendo. Nada importante en verdad. Había estado todo el día en pijama y acostado, y seguía en lo mismo. Total, un día en que no haga nada no le hará mal a nadie. Volví a pensar en qué faltaba en mi pieza. De un momento a otro me di cuenta qué era lo que faltaba. Sonido. En verdad, música. Sonidos hay siempre: el ruido de un bus, el ladrido de un perro, los gemidos de algunos vecinos haciendo el amor, el ruido de alguna televisión lejana. Pero en mi pieza sonaba música y de un momento a otro dejó de sonar. El disco se había terminado, había dejado de girar, y con esto, la música había acabado. No queda más que volver a poner un disco y apretar el botón play.

martes, 29 de enero de 2013

Romper el hielo


Los hielos se derriten en el vaso, solo están los hielos. El copete ya se lo tomaron. Se forman esas pequeñas gotas de agua en el exterior del vaso -creo que la gente dice que el vaso está transpirado-. Las gotitas se deslizan por la pared del vaso y caen en la mesa, mojándola. Nadie se percata de esto. Mejor así, eso hubiese arruinado el momento. Es que la mesa es de madera muy fina, no recuerdo qué madera es, ni tampoco dónde ni cuándo la compraron. El hielo se sigue derritiendo y nadie pronuncia palabra alguna. Solo se miran. Se miran fijamente a los ojos, pero en realidad no se están mirando. Están idos, como dicen vulgarmente. Piensan, pero a la vez no lo hacen. Los minutos pasan y el hielo ya se convirtió completamente en agua. Mario toma el vaso y bebe el agua que queda. Dice, o cree decir, que necesita dormir, que está cansado, que está ebrio, quizá. Triste. Lucía no lo escucha, lo sigue mirando, pero sin mirarlo. Tiene su mirada fija en algún punto de la habitación, pero da la impresión que mira a Mario. Se está poniendo frío, balbucea Lucía, como para intentar romper el hielo. Ahora es Mario quien no le presta atención. Siguen interactuando como si nada hubiese pasado. Como si nunca hubiesen discutido, como si Mario nunca le hubiese hecho daño a Lucía. Ambos sabían que no debían comportarse así.  En cierto punto comenzaron a cruzar palabras, a tener una conversación fluida, todo de manera relajada. Pero así como fácil llega esa conversación superflua, también acaba. Y todo vuelve a ser como hace una hora atrás. Justo después de la pelea, justo en el momento en que los hielos comenzaban a derretirse dentro del vaso.

viernes, 11 de enero de 2013

Julio


Son las 7 de la mañana, un día cualquiera en Santiago, de una semana cualquiera, en el verano del año 2013. Julio va subiendo las escaleras de la estación de metro Cal y Canto, esas escaleras que dan a avenida La Paz. Cubriendo el lado izquierdo de la escalera se encuentra un vagabundo, durmiendo, lo más seguro que raja de curado, pero le inspira lástima a una señora, que le deja una bolsa con dos sopaipillas, que le acaba de comprar al señor del carrito que se ubica a la salida del metro. El aire está atestado de olor a sopaipillas y aceite quemado, reutilizado quizá cuantas veces. Julio sale del metro y enciende un cigarrilo, le gusta fumar Marlboro corriente, le recuerdan a su abuelo o a su viejo - no recuerdo cuál de los dos era, pero estoy seguro que era uno de ellos- guarda la cajetilla en el bolsillo de su camisa, junto a la peineta que heredó de alguno de los dos caballeros que mencioné anteriormente. Cruza rápidamente la avenida Santa María, siente que va atrasado, pero no sabe hacia dónde va. Está en avenida La Paz, pasado la Pérgola de la Flores, piensa en esa canción popular de la obra que lleva el mismo nombre que la pérgola y se interna en el sector de la Vega, pero siempre por avenida La Paz. El aire es denso en este sector, piensa. Una mezcla de la frescura de las frutas de temporada en sus cajones, con el olor a transpiración de los primeros veguinos que comienzan su jornada laboral, el olor a orina impregnado en los quioscos y algunas murallas, el olor al café o té que toma la gente del sector; pero domina un particular olor: el olor a fruta podrida. Esa fruta que se cae de los cajones cuando es transportada, que es aplastada por las yeguas y carretas, pisada por los transeúntes y trabajadores, que es lengüeteada por los perros vagos del sector. Piensa en la vida sacrificada que lleva la gente que trabaja ahí, desde temprano en la mañana comienzan a mover cajas, a cargar y mover las yeguas con la fruta, sí, quizá sea esa manzana que estás comiendo ahora la que transportó uno de estos caballeros hoy en la mañana o las uvas que estoy comiendo mientras escribo esto. Julio, mientras camina observa todo esto, y siente los aromas. Está preocupado, pero sigue caminando sin rumbo, paseando por el sector de La Vega, por calles que no conoce, por calles que no sabe cómo se llaman. Se  da un par de vueltas y regresa a avenida La Paz, en parte, para sentirse más tranquilo. Lo pone nervioso caminar por lugares que no conoce, que no le son familiares, pero lo está haciendo, no sabe por qué. Sabe que está preocupado, pero tampoco sabe por qué. Creo que a veces hace bien estar preocupado y salir a vagar por la ciudad, sin un rumbo fijo. Tal vez, en parte de su recorrido, Julio encuentre la respuesta a su preocupación infundamentada.