viernes, 26 de diciembre de 2014

Amigos

Se están fumando unos cigarros en el paseo Bulnes, sentados en una banca. Son cerca de las cuatro de la mañana. No se ve pasar ningún alma. Salvo el borracho de que duerme afuera de la librería y los tres perros que juegan con las bolsas de basura de uno de los tantos restaurantes del paseo. El humo de los cigarros se mezcla con la brisa fresca de la noche que corre de norte a sur. Las cenizas de los cigarros los delatan. Si no estuviesen fumando pasarían inadvertidos. Lucho, déjate de huevear con esa botella, le grita a uno de los perros. Le gusta nombrar Lucho a los perros de la calle. Le recordaba a uno que se había aguachado afuera de su casa cuando chico. Su acompañante sólo atinó a reír. De qué te reís, hueón, si hubierai conocido al Lucho me entenderías. Luego de tirar lo más lejos posible la colilla, recordó lo que le contó una vez su abuela. Cacha que me gustaría caleta vivir acá. Nada de esas hueás arribistas de Las Condes y Provi. En esta hueá tenís todo a mano. Cacha que mi abuela cuando llegó a Santiago se vino a vivir acá. Creo que hasta pasaban autos por acá. O el tranvía, ya ni me acuerdo qué me dijo. Puta, hueón, cuando la veái de nuevo, pregúntale. Esas historias no se pueden perder. Ya me bajó en potito ¿vamos? Se habían sentado a reposar el potito que habían comprado en Santa Rosa con la Alameda. Me gustaría comprarme un arco. Qué chucha, si no jugái a la pelota. No po’, pelotudo, un arco pa’ lanzar flechas. En un paseo que tuve de la pega uno de los locos tenía un arco y lo llevó y era la zorra lanzar. Imagínate, te parái acá y le tirái una flecha a la estatua de Pedro Aguirre Cerda. Pero, hueón, pa’ eso le tirái una al conchasumadre de Pedro Montt. ¿Pero dónde chucha hay una estatua de ese culiao? Nadie lo quiere. Puta, ni idea.

Caminan. Caminan. Caminan.

Siguen fumando. En eso se les pasa la mayor parte del tiempo. Llegan al Parque Almagro. Oscuridad. Sombras. Juegos. Uno que otro grupo compartiendo las últimas cervezas desvanecidas de la noche. Parejas culeando en las sombras. O eso creo que me gustaría ver. Lo cierto es que son ellos, sus cigarros, la noche. Apuesto que no podís cruzar estas barras fumando. Puta, deja cachar. Auch. No, ni cagando. Me hice cagar el brazo. Jajaja. Oye, dame un cigarro, mejor será. Estoy cagado de sueño. Sigamos mejor. Lucho, para de seguirnos. Es bacán que los perros te apañen en la noche, pero no ahora. El humo se sigue mezclando. Podría viciar el ambiente, si fuese un lugar cerrado. Calmao, estoy que me meo. Hueón, está más hediondo que la cresta. Puta que los quiero. ¿Te acordái esa vez que hicimos la competencia de quien tiraba la colilla más lejos? ¿Estaba contigo? ¿Y la vez que hicimos la araña en la vereda? Pero lejos la mejor hueá fue acostarme de guata en Matta.

Apagan el último cigarro de la noche. Se cierran las puertas del ascensor. 

viernes, 18 de abril de 2014

Pascuala

Te fuiste. Hacía tiempo que me venía haciendo la idea, pero, en verdad, nunca lo hice. Aún no lo acepto. Tengo más pena que la mierda. Estuviste casi catorce años conmigo. Haciendo maldades, ladrándole a toda persona que no viviese en la casa. Incluso a mis familiares. Fuiste confidente, igual es extraña esa hueá de hablarle a un perro, pero, a veces, sentía que me entendías. Siempre me acuerdo cuando te llevábamos al Parque Intercomunal, corrías libre, feliz. Terminabas cansada, y cuando te echabas en el pasto, me echaba contigo. Me apoyaba en tu panza y mi cabeza se movía al ritmo de tu respiración agitada. Te decíamos la almohada vibradora por eso. Cuando te llevaron a la oficina de mi abuelo para que cuidaras, te íbamos a visitar sagradamente cada domingo. Nos recibías llorando, contenta. No te contenías la alegría y te hacías pipí frente a nosotros. Pero el destino -es un decir, no creo en el destino- quiso que volviéramos a vivir juntos. Nos fuimos a vivir a la oficina de mi abuelo, bueno, al lado, así que volvimos a estar juntos. Corríamos por el galpón, obviamente siempre ganabas. Eras la primera en llegar al portón. La primera en subir a la camioneta cuando veías que íbamos a salir. Es que te encantaba que te sacáramos a pasear. Te gustaba poner tu cara al viento con la lengua afuera, ladrarle a los flaites -y a cualquier persona que te pareciera rasca- y a la gente que pasaba en bicicleta al lado de la camioneta. Nunca quisiste cruzarte, pero llegaron los dos perritos chicos y los criaste como si fueses su madre. Bueno, al principio te los querías comer, pero son detalles. Te gustaba meterte al camarín de los gallos que trabajaban con mi abuelo y sacarles los zapatos, se los hacías mierda y siempre te terminaban retando. Sabías que habías hecho algo malo y escondías la cola entre las piernas y agachabas la cabeza, hasta te escondías antes que te retaran. Después te pusiste vieja, lógico. Tus caderas se pusieron malas y yo me fui de esa casa. Pero igual te iba a ver siempre que podía. A veces no te parabas de lo cansada que estabas, a veces, hacías el esfuerzo y te acercabas, te echabas para que te rascara la guata y como siempre, movías la pata. Hoy fui al patio y ya no estabas. No pude hacerte cariño por última vez. Ojalá exista el cielo de los perros para que estés allá pasándola bien, corriendo y con alguien que te rasque la guata. Puta que te voy a extrañar, Pascuala.

miércoles, 5 de marzo de 2014

Encendedores

Solía tener muchos encendedores. Nunca tenía un encendedor cuando salía, por lo que me veía en la obligación de comprar uno para poder fumar. Lo más sensato hubiese sido pedirle a alguien que me prestara su encendedor para poder prender mi cigarro, pero la timidez, la desconfianza no me lo permitían. Quizá no era ni la timidez ni la desconfianza, más bien, eran las no ganas de interactuar y forzar alguna conversación con algún extraño. Lo mismo pasaba cuando compraba un encendedor, pero este me serviría por el resto del día. Sin encendedor tendría que pedirle fuego a varias personas durante el día. Al tener mi encendedor tenía libertad. Al llegar a casa, y casi como un ritual, dejaba el encendedor en el primer cajón de la cómoda. Bueno, siempre olvidaba el encendedor al salir, así que tenía que volver a comprar uno. Un día noté que tenía más de 50 encendedores en el cajón. Decidí no volver a comprar uno hasta que se perdieran, gastaran, rompieran, cada uno de esos encendedores. Siempre me acuerdo que un día, carreteando donde un amigo, se nos acabaron los cigarros. Partimos a comprar y nos dimos cuenta de que no teníamos encendedor. Conseguimos con alguien en la calle, lo que nos costó mucho porque eran cerca de las dos de la mañana y nos fuimos a la plaza a fumar. Como teníamos ganas de fumar, y no teníamos encendedor, antes de que se nos acabara un cigarro prendíamos el siguiente con la colilla. Así pasamos cerca de una hora en la plaza, fumando un cigarro tras otro hasta que se acabó la cajetilla. Hoy, estando en casa, tenía ganas de fumar y no tenía ningún encendedor. Tampoco fósforos. Creo que es tiempo de salir a comprar uno.

Término

Apareció como una mancha negra en el cielo. Se movía con gran velocidad. En principio daba la impresión de ser un OVNI, pero todos sabemos que esas cosas no existen. Venía junto con el viento sur-norte que sopla por las tardes en Santiago. Mantenía su viaje a velocidad constante, trazando una trayectoria horizontal. En principio era pequeña, pero pasado un rato ya se podía ver su verdadero tamaño, casi como una pelota de fútbol. Bueno, tal vez era más pequeño. A medida que avanzaba hacia mí pude ver los detalles. Tenía color, fucsia, rojo. No pude distinguir más. También tenía un hilo colgando. Era un globo. Perteneció a una cabra, su pololo se lo dio porque ese día cumplieron 1 año juntos. Lo que él no sabía, es que ella ya se había dado cuenta de todo. Cuando lo recibió, inmediatamente lo soltó. Como estaba relleno con helio se elevó al cielo y comenzó su trayecto. En principio se alzó tímidamente, haciendo unos pequeños vaivenes, pero lo atrapó la corriente de aire y se alejó. Ella se fue corriendo. Él se quedó inmóvil, no supo cómo reaccionar. Con los últimos rayos del sol el globo comenzó su descenso. Terminó su viaje en Vicuña Mackenna, donde fue aplastado por una micro. Ahí terminó todo. Ahí se acabaron todas las promesas de amor. Con la explosión murieron todos los recuerdos que ella tenía de él.