martes, 23 de junio de 2015

From here to eternity

Comenzaba el riff de From here to eternity y su cabeza empezó a moverse al ritmo de los acordes, en eso que llaman headbanging. Era una de las canciones favoritas del Johnny. Era la cuarta canción del lado A del casete uno (de dos) que había conseguido en la feria. No era original. Pero tenía el concierto que dieron los ingleses en Donington el año '92 junto a Skid Row, Slayer y otras bandas de esa onda. Live at Donington. 

En la feria le encargaba casetes al Bairon. Se los tenía de una semana para otra, porque eran medios complicados de conseguir. Lo que más vendía eran casetes con compilados para las dueñas de casa. Eran furor. A veces traía cidís, pero como era una tecnología muy cara no vendía muchos.

A Andrea no le gustaba mucho Iron Maiden. Pero los escuchaba con Johnny mientras compartían unas cervezas y unos cigarros en su pieza después del colegio. Los viejos de Andrea pensaban que su amigo era satánico. Al igual que los curas pelmazos que prohibieron la entrada del grupo a Chile tiempo antes por el mismo motivo al que aludían los papás de la Andrea. Por culpa de ellos se había perdido la oportunidad de ver a sus ídolos dando cátedra de cómo hacer un buen heavy metal.

Las juntas en la casa de Andrea tenían que ser a escondidas. Después del colegio corría y aprovechaban al máximo el tiempo juntos antes que llegaran sus viejos. Fue ahí, entre Iron Maiden, cervezas tibias y desvanecidas y sábanas sucias, que Andrea y Johnny culearon por primera vez. No digo que hicieron el amor, porque no habían sentimientos de "amor" de por medio. Lo único que había era amistad. Tenían todo conversado. Johnny se consiguió los condones con un compañero de curso a cambio de un casete de Judas Priest.

Saltémonos la parte caótica de la relación: embarazo adolescente, aborto, peleas, llantos, y más peleas.

Hell is from here to eternity.

La canción seguía sonando en el personal estéreo. Todos los días mientras esperaba la micro para ir al instituto. Ya no veía a Andrea. Pero veía a Javiera. Le gustaba porque se parecía en ciertas cosas a Andrea. Claro que ahora se cuidaba y ella también. No quería volver pasar por lo mismo.

Caminaba en la calle moviendo la cabeza. El fierro de la micro era su guitarra invisible, que hacía más gratos sus recorridos diarios. Tenía todos los riffs memorizados. No le importaba que la gente lo mirara de forma extraña en los buses amarillos. Añoraba el día en que pudiese ver a su banda favorita.

Las cosas dejaron de ir bien. En verdad nunca estuvieron bien. Pero Johnny lo creía y eso le bastaba para sentirse en un estado normal. Más peleas. Celos (qué hueá más estúpida los celos). Por suerte esta vez no hubo embarazo.

Soledad. Cervezas. Más soledad. Tiempo. Y más tiempo. Pasó el concierto del año '96 sin pena ni gloria. No le gustaba la voz de Bayley, así que no disfrutó tanto el concierto. 

Para el 2000 ya estaba trabajando. En una oficina que la única luz que recibía era la de un tubo fluorescente que colgaba de la pared. Olía a humedad y a cigarro. Todos en la oficina fumaban. El sol lo veía a la hora de almuerzo cuando salía a comerse un completo en el Portal Fernández Concha, al lado de la Plaza de Armas. A veces se ponía a jugar cartas con los peruanos al costado de la Catedral. Apostaban mil pesos o lo que fuese. Nunca pudo ganar. 

Fue a mediados de año que llegó la noticia. Iron Maiden se presentaría por segunda vez en Chile. La emoción se apoderó de él. Vendió un par de cosas y compró la entrada. Cerca de quince lucas. Según él, las mejores quince lucas invertidas en su vida. Ya no escuchaba From here to eternity, le traía malos recuerdos. Los peores.

El día llegó. Joaquín, el amigo con el que fue, recibió puteadas de Dickinson por huevearlo con un láser en medio de The Clansman. Esa noche no sonó la canción prohibida. Tampoco volvió a sonar en el personal de Johnny. 

A la salida del concierto vio a Andrea a lo lejos. Parece que ella igual lo vio. Pero no se saludaron. No tenían nada de qué hablar. Mejor así. Compró una lata de cerveza a la salida del estadio y se puso a caminar.

sábado, 13 de junio de 2015

Microbusero

Despertó de su siesta por culpa de un bocinazo. La urgencia del hecho lo obligó a dejar la comodidad de su asiento, de esos con los amortiguadores a la vista, y partir a una reunión en la garita. Al bajar de la micro se encontró con Esteban, quien lo instó a participar del paro mañana. Pero, hueón, entiende, nos quieren cagar con un sistema nuevo, una hueá que no va a funcionar. ¿Vos creís que a estos gallos les importa alguna hueá de lo que nos pase a nosotros? Se quieren puro forrar. Ya vai a ver como queda la cagá. En la reunión la mayoría estuvo a favor del paro. La idea era bloquear Vespucio a la altura de El Cortijo, temprano en la mañana. Los dos recorridos de la Intercomunal Siete estarían ahí. Al final Ramiro dio su mano a torcer y se sumó. Una llamada desde un teléfono público para avisarle a sus señora que no iba a llegar a dormir a la casa. Que no se preocupara. Que era por algo bueno. Dos de los cientocinco recorridos que se sumaron.

Por la radio, las noticias deportivas le informaban que su equipo, Santiago Morning, o el Chaguito, como le llamaba con cariño, había empatado a un tanto contra la Unión. No había podido ir al estadio, ni tampoco escucharlo por la radio.

En la noche, en la garita, el humo de los cigarros que se fumaba se mimetizaba con el humo que emanaba de la fogata improvisada en un oxidado tambor de petróleo. Olor a madera quemada y restos de basura que servían para avivar el fuego. Todo por apalear el frío de la noche capitalina.

Incertidumbre había. No confiaban en Navarrete. Quizás nos caga, Le caen unas chauchas o le ofrecen algún puesto y su ideología se va al carajo, pensaban Ramiro y algunos de sus colegas. El viejo Mario era de la idea de armar una barricada en Vespucio. Pero tras las insistencia de sus compañeros, desistió de la idea.

La tensión reinaba en el ambiente. Por minutos nadie hablaba, sólo se miraban. Frío. Nerviosismo. Sueño. Cómo llevar a cabo ésto.

A eso de las cinco de la mañana el primer motor de una Metalpar rompió con el silencio reinante en la garita. Se le sumó un segundo y un tercero. Era el aviso. El paro va, decían algunos, animando a sus compañeros a encender sus máquinas. Una a una fueron saliendo en dirección a El Cortijo.

El bloqueo comenzó. Los buses se cruzaron en Vespucio, ocupando dos pistas las cruzadas y otras ocupando sus propias pistas. Era un enjambre al azar, pero cumplía su función, no dejar pasar a nadie y cortar el servicio de micros de Santiago.

En la radio de la micro de Ramiro se escuchaba que Lagos invocaba la ley de seguridad del Estado. Chucha, cagamos, pensaba mientras consumía su cigarro. Miraba a la virgencita que tenía colgada del techo de su máquina. Decidió partir en la micro a la garita. Tenía miedo. No le importaban las consecuencias. Con vergüenza abandonó el corte y se fue a su casa. Les había fallado. Tenía pena. Sin embargo no sabía que a fin de ese año tendría una pena aún mayor. El Chaguito descendía a la Primera B.

lunes, 8 de junio de 2015

Esteban

Siento que sería mejor que la casa estuviese en silencio. Esas conversaciones con situaciones triviales no me interesan. Tampoco las puedo evitar cerrando la puerta, porque se siguen escuchando. Las desventajas de vivir en una casa de material liviano. Pero qué voy a hacer. Es lo que me tocó. Queda poco para ver a mis amigos. Con ellos, aunque no participe de la conversación, no me aburro. Hablan cosas interesantes, Me comentan libros, películas, sus experiencias de viajes. Es extraño tener amigos tan cultos. Yo leo, pero leo puras hueás. O cosas que no le interesan a mis amigos. Muchas de las cosas que sé de filosofía o política las he aprendido de ellos. Es extraño ser su amigo. Yo les cuento anécdotas de la pobla. De los problemas que tenemos. De las bases, como dicen ellos. A veces van para mi casa, ayudan un poco en el barrio. Hacen asesorías legales gratuitas. Se mueven. Yo soy el nexo. El que los aterriza un poco con la realidad. Que los saca de la teoría de sus libros, que los hace enfrentarse a problemas reales. No a qué le voy a echar al pan hoy ni qué camisa me pondré para que combine con los calcetines. No me hablen de hueás. Como dicen ellos first world problems, o algo así. No sé lo que significa. Imagino que problems es algo así como problemas. No sé. No cacho nada de inglés. Los libros que leo están en español. Son de la pequeña biblioteca que juntó mi abuela con mucho esfuerzo. Libros que ya no están en buen estado. Tienen las hojas quemadas, olor a humedad, a algunos les faltan páginas. La mitad deben ser almanaques y enciclopedias desactualizadas. Eso es lo más terrible. Vivo en el pasado. No literalmente. Tampoco tenemos TV cable, menos internet. Para que hablar de un celular con pantalla táctil. Mi celular me lo regaló el loco Pepe. Se choreó una cartera y estaba ese celu. Como no le servía para vender, me lo dio. Me conseguí por cien pesos el cargador en la feria. Nunca tengo saldo. Con qué plata, si lo que gano, se lo tengo que pasar a mi vieja para ayudarla en la casa. Lo que logro rescatar lo gasto en cervezas tarde mal y nunca y en mis infaltables cigarros, compañeros de interminables noches, de amenas tertulias y de mis lecturas en la cancha de tierra del barrio. Leo en la cancha porque ahí no escucho conversaciones banales. O al menos no por largo tiempo. Lo que demora en que pasen las vecinas que van a comprar pan al local de don Mario. Cuando se vuelve insoportable la situación, salgo de mi casa, voy donde don Mario, que tiene un teléfono en el local y llamo al Javier. Suele recibirme sin problemas. Conversamos, fumamos y me quedo a dormir en su casa. Muchas veces no logro conciliar el sueño, hurgo en sus libros y me decido por el que me parezca interesante. Al menos son más actuales que los de mi casa. Y salen de esas novelas románticas con las que suspiraba mi abuela en sus tiempos mozos. Cuando, timidamente, comenzaba a masturbarse pensando en el protagonista del libro. Pero bueno, no quiero imaginar a mi abuela tocándose en busca de placer. Algún día podré salir de mi casa. Tener mi espacio. No tener que escuchar conversaciones que no me interesan.  

miércoles, 3 de junio de 2015

duele como el corte un un cuchillo sin filo
como esos que no cortan ni cilantro
que tienen óxido en una cara 
y que encuentras botados en antros
deja el vino a un lado
levántate que tenís la espalda llenas de escaras
ni que estuvieras postrado
toma ese peso y déjalo a un lado
pisa la hojas del otoño
y recógelas que ya viene tu retoño
pao culiao, no seái cmoo Ñoño
sí, ese del Chavo
sácate esa jardinera verde, ¿no te gustaba tanto el coño?
ármate un cigarro y fúmate la rabia
que la sangre te corre como si fuera savia
pero tú no eres planta
te podís mover
ponte los zapatos y ándate a correr
o volar 
lo que más te guste
pégate un ajuste
no te pongas a llorar como un niño sin su dulce
que la sangre que has perdido las vas a recuperar
claro que no es inmediato
la hueá no es fácil como amarrarse un zapato
aunque tú siempre usaste zapatillas con broche
como si nunca te hubieses bajado del coche
sigues siendo un bebé
no quieres crecer
mejor pesca el cuchillo y deja la sangre correr