viernes, 3 de mayo de 2013

Colillas


Me gusta vivir en la calle, llevo así como cinco años y no pienso volver a mi casa. Allá me hueveaban mucho, nada tan terrible, creo que si les dijera por qué me hinchaban tanto las pelotas se reirían, así que no lo mencionaré. Dejémoslo en que no me gustaba cómo me trataban. Por eso me fui. Fue duro en un principio, más que nada porque necesitaba plata para poder comer, fumar y leer. Los libros son lo más difícil de conseguir, pero en cierto modo me las ingenio para leer al menos uno a la semana. Lo que encuentro súper difícil de conseguir son los cigarros. No porque no vendan en ningún lugar, sino porque son muy caros, y el poco dinero del que dispongo lo uso para comer. Aquí es cuando le digo cómo obtengo los cigarrillos. Si se fijan, hay muchos sectores en las calles de Santiago que están atestados de colillas de cigarro. Uno de esos lugares son los paraderos de micro. De verdad, fíjense: cientos de colillas. El paraíso para quien no dispone plata para comprar cigarros. Me dedico a recoger las colillas, unas quince me bastan para preparar un cigarrillo. Sí, sé que se están preguntando cómo los enrolo. Bueno, eso es cuento aparte, pero convengamos en que los consigo en la plaza en la que duermo, de los cabros que van a pitearse a escondidas de sus familias. Me acerco a ellos y les pido que me conviden papelillos, eso es todo. Luego de conseguir algunos, comiendo a enrolar. Lo único desagradable es que quedan las manos pasadas a tabaco ahumado, y cuesta que salga ese olor. Pero ya estoy acostumbrado, y a la gente que pasa en la calle poco le importa el olor que tengo, menos el olor que tengo en los dedos. Por eso siempre he dicho: un paradero es un buen lugar para conseguir tabaco cuando la plata escasea.