domingo, 31 de marzo de 2013

Carrete

Estábamos  en una fiesta, en algún lugar de Santiago, no sabría decir dónde, debe haber sido en algún lugar de clase media-baja. Esto último basado en los ladrillos que se dejaban ver en el living-comedor de la casa. Paredes de ladrillos Princesa -esto lo sé porque estudio ingeniería en obras civiles-, sin capa de concreto por fuera, ladrillo pelado, con apenas una mano de pintura blanca. Debe ser alguna de esas villas que tienen cientos de casas iguales, todos con los living-comedor de la misma forma. En la mesa se podían observar los vasos, todos diferentes, restos de juegos de vasos antiguos y algunos más nuevos. Los tragos que habían no eran de los más caros, tampoco de los más baratos, pero no podría decir exactamente cuáles eran. Aun así, nos acercamos a la mesa y nos servimos unas piscolas, –creo-, luego nos acercamos al sillón para sentarnos. No cabíamos los tres, había alguien más sentado ahí, así que acercamos una silla y nos pusimos a conversar. Nos sentíamos incómodos, prácticamente de eso trató la conversación, conversación que tenía que ser discreta para no ocasionar molestia a los dueños o a los amigos de estos. Comencé a fijarme en el sillón. Estaba forrado en algo que parecía cuero, pero claramente no lo era, estaba lleno de hoyos, yo creo que estaba así de lo viejo que era, o quizá por la mala calidad del forro que tenía. Igual era cómodo, eso es lo que más importaba en ese momento. Después me fijé en el piso, no era de madera, ni siquiera era piso flotante. Toda la casa tenía el piso de cerámica, ¡hasta las piezas!, como pude notar con posterioridad. El alcohol y la droga que había jalado disminuían un poco el impacto que me producía esta casa. La coca me la había conseguido el hijo de un socio de mi papá. Era muy pura, me salió súper cara. Pero no importa, puedo pedirle más plata a mi viejo mañana, o cuando la necesite. En un momento se nos acercó uno de los invitados de la fiesta. Nos comenzó a hablar, pero no le dimos bola. Se notaba que tenía ganas de armar una pelea, cosa que a mí me parece atroz. Pero él insistía con pelear, e incitaba a alguno de sus amigos a unírsele. Comenzó dándome un par de palmadas en la cara, y eso yo no lo aguanté. Cómo se le ocurre a ese roto tocarme. Más aun sin yo haberle hecho mal alguno. Quizá le molestaba mi presencia. Quizá quería que le diera plata. Quizá quería mis zapatillas. Vaya a saber uno. Las cosas pasaron rápido, pero me vi enfrascado en una pelea con aquel tipo. Creo que logré pegarle un par de combos, incluso diría que le quebré la nariz. Pero él me dejó peor. No sé qué habrá sucedido en el lapso de tiempo en que estuve inconsciente, de lo único que estoy seguro es que mis amigos se fueron, no me ayudaron, y, que, además, el tipo con el que peleé me robó toda la plata que andaba trayendo, ¡hasta los dos papelillos con coca! Medio atontado, me agarré de la mesa y me levanté. Abrí la puerta que daba a la calle y salí. Comencé a caminar, a preguntarle a la gente dónde estaba. ¡Vaya, qué lejos estaba de casa! Cogí el primer taxi que pillé y le pedí que me llevara a mi hogar.  Llamé a la Gabi, que es mi nana, y le dije que me esperara con plata afuera de la casa, y que no les contara nada a mis viejos. Así lo hizo. Cancelé los quince mil pesos de la carrera y entré a la casa. Cuando llegó mi viejo y me preguntó que cómo estaba, le dije que bien, que lo había pasado muy bien en la casa de Andrés, que es mi mejor amigo. Si supiera todo lo que pasé anoche me desheredaría. Y claramente yo no quiero eso.

Caos


-¿No tenís otra cosa que decirme?
-Y cachai que estaba en el carrete y apareció ella.
-Puta, sí, pero acá no te lo puedo decir. Siento que hay mucha gente alrededor, y esta hueá es seria, onda, pa’ conversarlo solos.
-¿la pulenta? ¿Y qué onda, hueón?
-Dale, ¿te parece si nos bajamos en dos estaciones más? Por ahí hay un café. Es un lugar súper tranquilo, nunca va mucha gente, quizá uno o dos escritores, pero siempre están concentrados en lo que escriben. Le importa un bledo la gente que va pa’l café.
-Sí, la dura. Hueón, te juro que quedé pa’ la cagá, estaba más rica que la chucha, con unos pantalones terrible apretados, se le veía la media raja. Pa’ que te cuento el escote que tenía. Uf, me acuerdo y me caliento.
-Ya po’, tú me guías, sabes que no conozco estos sectores.
-De más po’, socio, si la cabra está terrible buena. ¿Y pasó alguna hueá?
-Cambiando un poco el tema, me acurdo que estabai planeando un viaje a Chiloé, ¿en qué quedó eso?
- Ni te cuento mejor, quedó la cagá.
-No cacho, tuve un atado en mi casa y tuve que gastar la plata que tenía pa’ eso. Igual, si logro volver a juntarla parto pa’ allá lo antes posible.
Se inicia el cierre de puertas.
-Chucha, acá me bajo, socio, otro día me terminai de contar, chao.
-Ah, pucha, ¡qué lata!
-Ten más cuidado, cabrito. No andes empujando. Como te iba diciendo, María, me compré unos collares en la calle, están súper bonitos, cuando lleguemos a la casa te los muestro.
-Sí, pero así son las cosas. Igual, en una de esas podría partir no más, si me animo más, podría irme a Argentina, tengo unos amigos allá, viven cerca de Buenos Aires.
-¿Y cuánto te costaron, abuelita?
-Es bonito Buenos Aires, voy todos los años para allá, casi siempre pa’ algún fin de semana largo. Aprovecho de comprar libros y cd’s.
-Eso no es de tu incumbencia, no tengo por qué decirte cuánto gasto en mis cosas.
-¿Acá nos bajamos?
-Perdón, tenía curiosidad por saber. Oye, abuelita, ¿me puedes comprar un helado en el almacén que está cerca de tu casa?
Se inicia el cierre de puertas.
-Sí, vamos, apúrate, que nos quedamos arriba.
-Bueno, pero no le digas a tu mamá, que después me reta por dejarte comer a deshoras.
-¿Jorge? ¿Jorge Díaz?
-¡Ya!
-¡Jaimito! ¡Tanto tiempo sin vernos! ¿Qué ha sido de tu vida?
-Aquí estamos, compadrito. Buscando pega, la cosa está cruda, mi señora también está sin pega, y mi hijo mayor entró a la u, no sé qué voy a hacer.
-Pucha, compadrito, qué mal.
-Sí, ¿tenís algún dato de pega? En lo que sea.
-Puta, no, parece que la cosa anda mal en todos lados.
-Así parece. Ya, compadrito, me bajo acá. Que estés bien, saludos a tu familia.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Segunda persona.


The sun falls on my eyes and I'm struggling to reason why everybody smiles.

Estás escuchando Penfold, pensando si seguir leyendo a Bolaño o ir a prepararte un sándwich de queso. Al final no te decides por ninguna y sigues escuchando Penfold. Sabes que no te hace bien escucharlos a estas horas de la madrugada, pero insistes en hacerlo. Quizá por qué lo haces, tal vez no tuviste un buen día, quizá sí. Lo más seguro es que hayas tenido un buen día, pero alguna situación lo haya arruinado. Ves los cigarros sobre la cómoda, piensas en fumar, pero en realidad no tienes ganas. La verdad es que este último tiempo te ha dado asco el olor a cigarro. Te da asco quedar con los dedos con olor a tabaco. Prefieres seguir acostado, escribiendo estas líneas. En cierto modo usas esto para desahogarte, o algo así. Te gustaría tener más talento para escribir. O más imaginación para lograr escribir algo más que media plana. Tu principal problema es que te hace falta leer más. Ese es el mayor problema. No basta con lo que lees actualmente. Debes hacerlo más para obtener más vocabulario, pero eso se dará con la costumbre. Mejor anda a leer a Bolaño. Déjate de huevadas, no te llevarán a ningún lugar, solo a seguir odiando un poco más al mundo

martes, 5 de marzo de 2013

Olvidar


Garrafas, todo el parque lleno de garrafas. Vacías. Todas las garrafas están vacías. El ambiente está tenso, como si toda la gente que ha bebido el pipeño quisiera pelear. El ambiente está tenso. Julio se levanta, llevaba cerca de una hora inconsciente, es que mezclar vodka y pipeño no hace bien. Mareado, muy mareado. No recuerda qué sucedió, ni cómo llegó allí. Nota que el ambiente está extraño; tenso, piensa. Sacude lo mejor que puede el polvo y pasto de su polera, busca su sweater y se pone a caminar. Quizá caminando recuerde por qué se emborrachó para olvidar.

Play


Sentí que faltaba algo en mi habitación. No sabía qué era, y tampoco indagué más en el asunto. Seguí haciendo las cosas que estaba haciendo. Nada importante en verdad. Había estado todo el día en pijama y acostado, y seguía en lo mismo. Total, un día en que no haga nada no le hará mal a nadie. Volví a pensar en qué faltaba en mi pieza. De un momento a otro me di cuenta qué era lo que faltaba. Sonido. En verdad, música. Sonidos hay siempre: el ruido de un bus, el ladrido de un perro, los gemidos de algunos vecinos haciendo el amor, el ruido de alguna televisión lejana. Pero en mi pieza sonaba música y de un momento a otro dejó de sonar. El disco se había terminado, había dejado de girar, y con esto, la música había acabado. No queda más que volver a poner un disco y apretar el botón play.