domingo, 26 de julio de 2015

Inconcluso (3)

(Continuación de Inconcluso (2) )

3

Después de mirar un par de traseros en la calle, encendí un cigarro, fumé la primera calada. Sentí el humo dentro, traté de retenerlo, como si fuera un pito, y exhalé. Me sentía dañado. No por la caña a eso ya estoy acostumbrado, es como un eterno estado. Bueno, no siempre, porque la mayoría del tiempo la paso borracho.

Por mi culpa hubo un amague de incendio en uno de los basureros del Paseo Bulnes. Ha de haber sido mi estado de ebriedad. O la resaca, como les gusta decir a algunos escritores de poca monta. La cosa es que no apagué bien el pucho. La colilla, aún con brasas fue a parar a la basura. Ahí donde nos olvidamos del problema de la contaminación porque nos sentimos buenos dejando las cosas ahí, sin hacer nada por cambiarlas o reutilizarlas o plantearnos algo. Producto de estos desechos de la despreocupación y del excesivo consumo de estos días, y también de mi falta de conciencia al lanzar la colilla encendida, se inició la combustión.

Supongo que desde chico le tengo respeto a las cosas calientes. Tengo la cagada en el brazo y en la espalda. Pero nunca le había tenido miedo al fuego, al contrario, este me atraía como si tratara de un enlace iónico entre el bromo y la plata. La luz del fuego incidía en mis ojos, y la fotografía, producto de este compuesto que se genera con estos dos elementos, bromuro de plata, se revelaba y quedaba almacenada en mi cabeza.

Pero no sé cómo reaccionar. Vi el fuego y quedé en blanco. Esa atracción no existe más. Me voy a negro. Ni en mis peores borracheras me sentí así. Sudaba. Temblaba. Luego quietud. Y luego sentí movimientos, alguien me zamarreaba, hablaba palabras que se escuchaban lejanas. Recibí un chorro de agua en la cara y me desperté. Traté de incorporarme y después de un momento lo logré. 

Las llamas ya no estaban, en su lugar había humo o vapor, no sé. La gente volvía a tomar su curso. Total, qué les importa a ellos lo que le pase a un viejo borracho. Busqué en los bolsillos de mi tweed la cajetilla de cigarros. Lamentablemente se habían mojado. Caminé y le pedí un cigarro a la primera persona que vi fumando.

El vapor que salía del basurero me hizo recordar el incidente de la infancia. Un escalofrío recorrió toda mi espalda y sentí cómo me noqueaba en la nuca, Pero fui más fuerte y me mantuve en pie. Las malas memorias que me quejaban hicieron que la sed volviera. Me dirigí a San Diego en busca de alguna botillería para comprar una petaca y saciar la sed. 

En el trayecto, los pocos árboles que quedaban en ese sector del centro me hicieron pensar en los árboles que hay en Longaví. Claro que no son los mismos, pero al fin y al cabo son árboles. Árboles que trepaba para esconderme de las personas y así no exponerme a las burlas que recibía producto de mis quemaduras.


domingo, 19 de julio de 2015

Valdivia de Paine

Nunca había escuchado el nombre de este pueblo. Fue en una conversación con Nico en que salió a flote este nuevo (para mí) lugar. Él lo mencionó y nos quedó dando vuelta la idea de ir para allá. 

Llevaba aproximadamente un mes (quizás un poco más) sin andar en bicicleta. Bueno, esto no es cierto, ya que me voy regularmente al trabajo en la chancha. Pero me refiero a salir los fin de semana a conocer nuevos lugares, ya sea en Santiago o en sus alrededores. Estos últimos son los que más me entusiasman, por un tema de paisaje. Ver plantaciones o qué sé yo.

En resumen, tenía muchas ganas de dar una vuelta larga. no habían lluvias pronosticadas, la calidad del aire estaba decente (no había alerta, ni pre-emergencia ambiental) y había un factor extra que gatilló todo: un aviso en el ascensor de mi edificio que decía que la luz iba a ser cortada entre las nueve de la mañana y las cuatro de la tarde. El tiempo preciso para salir a pedalear, pensé.

Me abrigué más de lo habitual para salir (me puse patas o calzas o como quieran llamarlas) y el cortavientos.

El camino para salir de Santiago es fácil y rápido si uno conoce bien las calles. En este caso, lo más rápido era tomar Isabel Riquelme, Bascuñán, Carlos Valdovinos, PAC y Camino a Lonquén.

La última vez que tomé el Camino a Lonquén estaba en pésimas condiciones. Baches y basura por todos lados. No es una muy biena impresión pensando que uno está saliendo (o llegando) a Santiago. Esta vez estaba más limpio y el pavimento en mejor estado. Desde el desvío en Pedro Aguirre Cerda hasta Lonquén son cerca de 27 km. Lo bueno es que es en bajada, y como era fin de semana largo no había mucho tránsito, por lo que se podía llegar bastante rápido a Lonquén.

Calle Balmaceda, llegando a La Islita.

Entrando a Lonquén, se toma la calle Balmaceda, que ha de ser la calle principal, y se sigue derecho hasta llegar a la entrada de una localidad que se llama La Islita, que queda entre Lonquén e Isla de Maipo. Es aquí que se toma la ruta G-46 hacia el SE. Después de sufrir un poco con el frío que había en el sector, crucé el Río Maipo. Fue ahí en que divisé la línea del tren, es un puente paralelo al a ruta. He de suponer que ese tramo se trata de un ramal que conecta la línea de tren que se dirige al sur de Chile, con la que va al puerto de San Antonio, comenzando en Talagante y terminando en Paine.

Puente que cruza el río Maipo, límite de la Provincia de Talagante con la Provincia de Maipo.

Línea del tren, que une Talagante con Paine (fue imprudente tomar la foto, pero no me pude resistir a hacerlo, hay algo que me atrae mucho de los rieles)

Además, cruzar el río Maipo a esta altura marca el cambio de provincia, de la Provincia de Talagante se pasa a la Provincia de Maipo. Pasado este hito, nos encontramos con el desvío a Valdivia de Paine. Se toma la ruta G-500 por cerca de 6 km. La calle principal de este pueblo se llama Chile. Es una calle larga, con varios negocios y casa. Muchos árboles altos y un aspecto, como han de suponer, bastante rural. Luego de un par de vueltas, y un intento fallido de comprar algo (andaba sin efectivo y no había ningún local con Redcompra, sólo Caja Vecina) me fui. 

La fatiga me empezó a atacar. El lugar más cercano para conseguir comida comprada con dinero plástico era Buin, por lo que mi energía la destiné en llegar hasta allá. Mientras pedaleaba, buscaba árboles frutales al borde del camino con la ilusión de encontrar alguna fruta para comer y reponer energía. No apareció ninguno. Ya no daba más de fatiga y entré a un local entre Viluco y Maipo. La misma historia que en Valdivia de Paine. Le pregunté a la dueña si es que tenía una cuenta a la que depositarle y así poder comprar algo. Amablemente aceptó, pero no todo podía salir bien. Mi celular estaba sin señal, por lo que no podía hacerle la transferencia. No sé si habré estado pálido o algo por el estilo, pero me dijo algo así: "llévate las galletas y transfiéreme después, no te preocupes, aún creo que hay gente buena y honrada. Ah, toma, este chocolate va por cuenta mía". (Gracias señora Rosa por la buena onda). Luego de agradecerle mucho, salí del local a comer. Ya con nuevas fuerza emprendí rumbo a Buin. 

Para llegar a Buin hay que tomar la ruta G-490, pasar por Maipo y por último tomar el camino Buin-Maipo. En Buin almorcé, y pensé en cómo volver a Santiago. La Ruta 5 no era opción. Ya había hecho ese trayecto y es una paja. Volver por el mismo camino de la ida tampoco, por lo que decidí volver por Los Morros. Este camino también lo conocía, solo que lo había hecho en el otro sentido. Luego era cosa de llegar a la Gran Avenida y llegar al hogar y descansar luego de 110 km en movimiento. 








martes, 14 de julio de 2015

La Negra

Fue en un momento inesperado
no es que haya sido algo que pensé mucho
te fui a buscar y no nos separamos más.

Compañera de andanzas y de locas aventuras
cuántos kilómetros recorrimos
algo así como 0,00002 UA (¡y quizás es una exageración!).

Ojalá nos hubiese alcanzado para llegar al sol.
Pero tendría que andar sobre ti toda una vida
o no tanto, pero igual es mucho.

Negro brillante y plateado tus colores,
como un carbón reluciente de la mina de Lota
algo difícil, porque el carbón es opaco.

Pero tú brillas aún.
Con cada vez más grasa a pesar de los esfuerzos por quitarla.
Cada gramo de grasa que yo perdía tú lo absorbías.

Un trato justo, si pensamos que yo hacía harto esfuerzo.
Aunque llevarme a cuestas tampoco ha de ser fácil
menos subiendo (y fueron muchas subidas).

Un día cortaste tus cadenas.
Algo así como la premonición de lo que se venía.
Tu libertad. Un descanso (al fin) después de tanto trecho andando.

Romper cadenas y ser libre.
Yo me sentía libre contigo, era cosa de pescarte y ya.
Hasta donde el cuerpo aguante.

Hoy, contrario a lo que creías, te encerré.
En la oscuridad. Como si volvieses a ser un carbón a más de 500 metros bajo el mar.
Esperando que un próximo valiente minero baje a rescatarte 
para que vuelvas a las calles a brillar.

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Dedicado a "La Negra", mi antigua bicicleta.

domingo, 12 de julio de 2015

Inconcluso (2)

(Traté de retomar lo escrito en Inconcluso, esto es el resultado. Quizá se llegue a transformar en algo entretenido).

2

El mate cebado quedó tirado en la mesa. Lo poco y nada de agua que quedaba en éste no alcanzó a mojar el piso. Menos mal, pensaba Chicho mientras corría como loco hacia la cocina a ver qué había pasado. Le daba lata tener que pasar virutilla y cera en el parqué. 

En la cocina estaba la tendalada. No entendía nada. Le costó reaccionar. No supo de dónde sacó las fuerzas para levantar a Fernando, sin resbalarse en el piso cubierto de agua, correr, encender el viejo Peugeot -que había traído de Argentina en uno de los viajes que había realizado para visitar  sus amigos exiliados-, y emprender rumbo al hospital de Parral, donde tenía unos conocidos que lo podían atender rápido.

Quemaduras de tercer grado en la espalda y de segundo grado en el brazo izquierdo. Las enfermeras le decían que menos mal que no se había quemado la cara. Daba igual. Su cuerpo no volvería a ser el mismo. Aunque eso Fernando no lo pensó jamás.

El tiempo que estuvo convaleciente lo pasó en la casa del Chicho. Él se preocupaba de llevarlo al hospital de Parral para que le hicieran su tratamiento de desbridamiento en el brazo izquierdo y le controlaran la evolución del injerto de piel en su espalda. En ese entonces, ya en su precoz despertar sexual, solía mirar las piernas de las enfermeras y los escotes de las secretarias, lo que le generaba que se alzara su pantalón en la zona genital. Su abuelo lo notaba, y quizás otra gente también, pero no le decía nada. Se reía para sus adentros.

Los pensamientos de Fernando dieron paso al sueño en una suerte de mezcla con las cosas que lo trastornaba en ese momento. Soñaba con el hospital de Parral, Con Eugenia, la enfermera que lo atendía. Que lo curaba por completo. Que quedaba sin marcas. Que la invitaba a tomar una cerveza al boliche donde probó por primera vez la malta Morenita.

Agitado despertó. El sol se encontraba en el cénit y lo encegueció por unos segundos. Las personas en la calle le hacían el quite y lo miraban con desprecio. Como si nunca hubiesen visto a un borracho dormitar en la calle. Como si nunca hubiesen pasado por esa situación. La caña perduraba. Las cicatrices igual. Bienvenida realidad. Sacudió su chaqueta de tweed, se incorporó y caminó, no sin antes darle el último sorbo a su botella de whisky barato