domingo, 12 de julio de 2015

Inconcluso (2)

(Traté de retomar lo escrito en Inconcluso, esto es el resultado. Quizá se llegue a transformar en algo entretenido).

2

El mate cebado quedó tirado en la mesa. Lo poco y nada de agua que quedaba en éste no alcanzó a mojar el piso. Menos mal, pensaba Chicho mientras corría como loco hacia la cocina a ver qué había pasado. Le daba lata tener que pasar virutilla y cera en el parqué. 

En la cocina estaba la tendalada. No entendía nada. Le costó reaccionar. No supo de dónde sacó las fuerzas para levantar a Fernando, sin resbalarse en el piso cubierto de agua, correr, encender el viejo Peugeot -que había traído de Argentina en uno de los viajes que había realizado para visitar  sus amigos exiliados-, y emprender rumbo al hospital de Parral, donde tenía unos conocidos que lo podían atender rápido.

Quemaduras de tercer grado en la espalda y de segundo grado en el brazo izquierdo. Las enfermeras le decían que menos mal que no se había quemado la cara. Daba igual. Su cuerpo no volvería a ser el mismo. Aunque eso Fernando no lo pensó jamás.

El tiempo que estuvo convaleciente lo pasó en la casa del Chicho. Él se preocupaba de llevarlo al hospital de Parral para que le hicieran su tratamiento de desbridamiento en el brazo izquierdo y le controlaran la evolución del injerto de piel en su espalda. En ese entonces, ya en su precoz despertar sexual, solía mirar las piernas de las enfermeras y los escotes de las secretarias, lo que le generaba que se alzara su pantalón en la zona genital. Su abuelo lo notaba, y quizás otra gente también, pero no le decía nada. Se reía para sus adentros.

Los pensamientos de Fernando dieron paso al sueño en una suerte de mezcla con las cosas que lo trastornaba en ese momento. Soñaba con el hospital de Parral, Con Eugenia, la enfermera que lo atendía. Que lo curaba por completo. Que quedaba sin marcas. Que la invitaba a tomar una cerveza al boliche donde probó por primera vez la malta Morenita.

Agitado despertó. El sol se encontraba en el cénit y lo encegueció por unos segundos. Las personas en la calle le hacían el quite y lo miraban con desprecio. Como si nunca hubiesen visto a un borracho dormitar en la calle. Como si nunca hubiesen pasado por esa situación. La caña perduraba. Las cicatrices igual. Bienvenida realidad. Sacudió su chaqueta de tweed, se incorporó y caminó, no sin antes darle el último sorbo a su botella de whisky barato
       

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