martes, 29 de diciembre de 2015

A Villa Alemana en bicicleta y ruteo por Lo Orozco

Dejé de trabajar en vísperas de navidad, por lo que el tiempo ahora abunda. Qué bueno poder retomar cosas que no tenía tan botadas, pero que me hacían falta.

Aprovechando que tuve que venir a la quinta región, pesqué mi bicicleta sin pensarlo dos veces (quizás si lo pensé un poco) y me vine. En mayo de este año había tratado de hacer este mismo recorrido, y todo salió mal. Se cortó la cadena y quedé tirado en plena cuesta La Dormida.

Esta vez venía mucho mejor preparado, tanto físicamente como de accesorios o herramientas para enfrentar dificultades menores. Partí temprano. El calor de estos días ha sido asqueroso. El día del pedaleo no fue la excepción. A eso de las 10 de la mañana me encontraba subiendo la cuesta La Dormida. Me lo tomé con mucha calma. Venía con alforjas y el calor me empezaba a achicharrar. Llegado a la cumbre sólo paré a tomar un foto de rigor. Quería llegar rápido a destino y sabía que faltaba mucho.

La bajada de la cuesta hacia el lado de Limache es maravillosa. Tiene muy buena vistas hacia el valle y además se alcanza gran velocidad. Sin duda un gran descanso en la travesía. Llegando abajo uno se encuentra con Quebrada Alvarado. La primera localidad bajando la cuesta. Aproveché de tomarme una bebida y comer una empanada para reponer energías y seguir.

Cumbre de la cuesta La Dormida. Llegando a la Región de Valparaíso.

Cuesta La Dormida hacia Limache.

Quebrada Alvarado, primera localidad bajando La Dormida.
El tramo entre Quebrada Alvarado y Limache era más largo de lo que recordaba. Y todavía faltaba llegar desde Limache a Lo Hidalgo (no es una gran distancia, pero ya se empezaba a sentir el cansancio).

En total fueron 118 km desde Santiago a Lo Hidalgo. Pasé por Lampa, Til Til, Quebrada Alvarado y Limache. Demoré algo así como siete horas, seis horas de pedaleo efectivo.

Ruta y altimetría del pedaleo desde Santiago a Lo Hidalgo.

Lo que me motivaba a venirme en bicicleta, era que hace tiempo tenía el bichito de pedalear por el camino Lo Orozco. Lo había transitado en bus y se veía interesante para salir a rutear.

Hoy en la mañana me decidí y partí para allá. Es duro en algunas partes, sobre todo cuando hay que subir la cuesta. Transitan muchos camiones así que hay que ir atento al camino. La berma es suficientemente ancha para que transite una bicicleta y no pasen los autos pegados a uno. Bajando la cuesta hacia la ruta 68 la berma desaparece casi por completo y comienza la zona de curvas. La parte más peligrosa del camino diría yo. Pero si se transita con precaución no deberían haber problemas.

Ruta Lo Orozco

Ruta Lo Orozco, cerca de un tranque.
Este ruteo fue de 60 km. Interesante debido a la cantidad de subidas y bajadas que se alternan durante el camino. Me topé con un par de ciclistas que estaban en la misma. Curioso para haber sido un martes en la mañana.



La comida es tema aparte. Bueno, no tanto. Después de cada salida hay que comer bien. Antes de partir también. Con el tiempo que he tenido he podido volver a cocinar todos los días. Han sido unos buenos días sin duda.

P.D. Se viene un video de una parte de la travesía. Pesa mucho, así que está tardando más de lo que creí en subirse a YouTube.

martes, 8 de diciembre de 2015

Ruteo a Viña del Mar

Aprovechando el corte de la ruta 68 por la peregrinación a Lo Vásquez, con Nicolás decidimos realizar una salida a pedalear. El ajetreo de la semana hacía que el punto de llegada fuese incierto: llegar a Curacaví y volver, llegar a Lo Vásquez y volver o simplemente llegar a Viña y pasar la noche allá. En la medida que avanzábamos decimos y optamos por la última opción.

Partimos de Santiago a las 6.30 de la tarde. La ruta 68 se portaba bien, hasta pasado la altura de la laguna Carén. Después de este punto el viento empezó a jugar en contra. Lo bueno es que este viento está presente hasta el túnel Lo Prado.

El paso del túnel se siente pesado porque cuesta respirar. pero es bastante entretenido. Lo mejor es ver la luz al final del túnel (lol) y saber que se viene la extensa bajada. 6,4 km de pura bajada con un desnivel de 307 m. 

Puesta de sol desde la bajada del túnel Lo Prado. La única foto que tomé del recorrido.
En Curacaví se empezó a notar la cantidad de personas que estaban haciendo el viaje. Paramos a tomar once, fumar un cigarro y seguimos. Se venía la subida de antes del túnel Zapata. La subida tiene un largo de 5,5 km y un desnivel de 200 m. Cruzando el túnel ya estaba bastante oscuro y la noche ofrecía un cielo bastante despejado. Al no haber luz se podían observar muchas estrellas. Por supuesto, muchas más que desde Santiago. A medida que nos acercábamos a Casablanca ese escenario cambió. 

Casablanca fue la segunda y última parada. No entramos a la ciudad, pero paramos en un puesto improvisado a tomar un té y fumar otro cigarro. 

Tirón de orejas para las persona y ciclistas que iban sin luces ni reflectantes. Cómo tanta imprudencia, incluso con una luz buena no se alcazaban a distinguir y aparecían de imprevisto. Con razón siempre hay accidentes.

Lo Vásquez es tema aparte y no vale la pena mencionarlo. Pasado este punto decidimos seguir hasta Viña del Mar. Comenzó una zona con varias subidas. No tan largas, pero desgastadoras. A la altura del lago Peñuelas el frío comenzó a hacerse presente de verdad. Pasado el lago se acabó la batería de mi celular, y por tanto no pude grabar la ruta de todo el recorrido. En este punto el cuentakilómetros marcaba 102 km.

El desvío a Viña fue solitario. Había muy poca gente caminando y no pasaban autos. El último esfuerzo antes de llegar. Entramos a Viña del Mar por la bajada Agua Santa. Qué maravillosa vista del puerto y del mar. Me hubiese parado a contemplarla con detención, pero el tiempo apremiaba ya.

120 km de distancia y 1287 m de desnivel positivo. El tiempo de pedaleo efectivo estuvo en torno a las 6:07 horas. Buena ruta. Más agotadora de lo pensada.

Una pizza fue nuestra recompensa al llegar. Gracias a la Caro por recibirnos en su casa.

Ruta y altimetría del camino de Santiago a Viña del Mar. En total 120 km de distancia y 1287 m de desnivel positivo.


domingo, 8 de noviembre de 2015

Senderismo en el Manquehue

La salida estaba organizada para la semana pasada, pero por un par de inconvenientes la realizamos el día de ayer. El extraño y cambiante de clima de estos meses primaverales hacía presagiar que la vista de Santiago, o mejor dicho, de Vitacura, estaría obstruida por la nubes. Y así fue.

El día amaneció nublado, lo que era bueno para subir el cerro. Pero, como mencioné anteriormente, esta especie de clima bipolar nos sorprendió y se despejó justo antes de empezar la subida al cerro. Es un poco engorroso llegar hasta el portón de acceso del cerro si es que uno no conoce Lo Barnechea (¡puta que está lejos!). En Escuela Militar se toma la micro C14 que es la que nos acerca. Digamos, mejor, que nos evita subir el Cerro Alvarado para poder llegar a la falda del Cerro Manquehue. 

Hay que bajarse de la micro pasado el colegio Santiago College. En la esquina de Los Trapenses con El Golf de Manquehue. Es por esta última calle que se llega al cerro. Luego de caminar cerca de veinte minutos por un barrio bastante ajeno, bueno, no se le puede llamar barrio. No hay almacenes, quioscos, no se ve gente caminando por la calle, salvo algunos deportistas que se animan a trotar la mañana de un sábado. No pasan micros, ni taxis. Acá uno se da cuenta de por qué hay tantos autos en Santiago.  Mucho cartel anti aborto y cosas que no me parecían.

Pasado este tramo llegamos a la entrada. Hay un portón que tiene carteles que dicen prohibido el acceso y otras cosas, pero hay una "puerta" hechiza por la que uno puede ingresar. Y la verdad es que entre mucha gente. 

Se parte caminando por un camino asfaltado y luego comienza el sendero. Con Nicolás partimos caminando bastante rápido, y nos pasó la cuenta ya que no sabíamos que era tan empinado. El sol nos quemaba y el sudor empezaba a ser parte de nuestros cuerpos. Había sol, pero también había bruma, por lo que la vista hacia Lo Barnechea, que es lo que uno ve mientras va subiendo, estaba tapada.

Mucha vegetación y mucho insecto pequeño. Pájaros de variadas especies. Me gustaría saber un poco de botánica y de ornitología para poder diferenciar a la especies. Las especies que logré diferenciar son espinos, litres, añañucas. Según lo que leí también hay quillay, peumo, maitén, plantas características del bosque esclerófilo.

Vegetación en zona cercana a la cumbre.

Añañucas, se ven bastantes en esta época del año.
Chagual en flor.

En un momento se pasa bajo una torre de alta tensión. Y luego comienza una subida dura. Se notaba que no subía cerros hace tiempo. Pero el cuerpo aguanta y también tiene memoria. Por lo que no se convirtió en algo difícil.

El sendero después se torna más amigable hasta llegar a la parte rocosa. Que es el último tramo. Particularmente, me gusta subir entre rocas, pero es más cansador, debido a que hay que dar paso más grandes. Pasada esta última parte se llega a la cima del Cerro Manquehue.

Nicolás en la cima del Manquehue.

La parte más alta está en torno a los 1640 m s.n.m. Lo que llama la atención al estar arriba es el ruido que genera Santiago. Imaginen a un avión despegando que pasa por sobre uno. Es algo similar. Solo que se mantiene durante todo el tiempo.  Al rato uno se olvida y vuelve a escuchar a las aves que habitan el lugar.
Con esta vista nos despide el cerro.

El descenso es tranquilo, pero hay que tener precaución en la partes en que la roca está más meteorizada porque hay riesgo de caídas debido al maicillo que se genera. Para no caminar hasta los Trapenses, tomamos una micro que se dirigía a Cantagallo en Camino Real. Se demora bastante en pasar, pero no importaba. 

Luego de casi dos horas en micro (¡un día sábado!) estábamos en casa tomando una cerveza.


P.D: ¡qué chucha que no me dejó justificar el texto!

lunes, 2 de noviembre de 2015

Lanzamiento de disco

Cincuenta metros con setenta y dos centímetros. Míseros cincuenta metros con setenta y dos centímetros. Sin duda la edad le pesaba. Atrás quedaban esos días de gloria en que rozaba la perfección. En que estaba a menos de una cuarta del récord américano del mejor lanzador de disco de su época. Allá por la década de los setenta, cuando, Danek, el checo, alcanzaba la marca de sesenta y cuatro punto cuatro metros y le daba a su país el oro olímpico en Münich.

De eso quedaba poco. Ni el disco de su época dorada ya tenía. Lo había cambiado por uno más nuevo. Quería saber si las nuevas tecnologías afectaban en algo el lanzamiento. El óxido corroía sus articulaciones. Las hacía crujir, como un latón doblándose en un temporal.

El entrenamiento lo empezó con trotes. Una vuelta a la manzana. Tomó sus viejas zapatillas Nike, una bermuda, la camiseta del equipo de sus amores y un cortavientos. Cinco minutos. Eso tardó. Después de un breve descanso, dio una segunda vuelta. Bajó su tiempo en diez segundos. Pensaba que no estaba tan mal después de todo. Un poco de aceite a los pistones y podría volver a las pistas.

Los paseos dominicales de Ilich, su perro, los empezó a realizar trotando. La vuelta a la manzana ya había aumentado al perímetro del Estadio Nacional. Se sentía mejor, pero no del todo, porque aún no volvía a lanzar. Sabía que sería un largo proceso el volver a realizar su pasión de juventud, mas aún con su edad. Pero lo tenía entre ceja y ceja y nada lo iba a detener.

Su señora ya no estaba con él. Había fallecido el año anterior. Un resfrío mal cuidado. Supongo que esa fue una de las razones que gatilló que volviera a entrenar. La soledad. En vez de hundirse en un hoyo, decidió desahogarse con el deporte.

Llegó el día de realizar su primer lanzamiento en más de treinta años. En el campo de entrenamiento del coliseo de Ñuñoa, a un costado de Marathon. El pasto estaba largo, se notaba que no iba gente a entrenar ahí. La única zona sin pasto era una huella por la que pasaban las personas que iban a trotar al lugar. Se paró en el círculo de arena. Tomó posición, dio la vuelta y media y el disco salió por los aires.

Sentía la tensión del momento, se le hizo eterno el vuelo. Podía notar cada pulsación y cómo la sangre avanzaba rauda por sus venas con cada latido del corazón. Hasta que cayó al suelo. Tomó una bocanada de aire y partió hacia el disco.

Cincuenta metros con setenta y dos centímetros.

El entrenamiento seguía día por medio. Los miércoles Ilich le hacía compañía. Lo acompañaba a buscar el disco y lo esperaba con paciencia cuando lanzaba.

La circunferencia de dos y medio metros de diámetro se mantenía como todos los días sólo con sus huellas. Se sentía el frío incipiente del invierno. Y la falta de luz también. Luego de calentar, tomó posición. Estaba decidido a romper su marca personal. El ritual previo al lanzamiento lo hizo paso a paso, tomando todas las precauciones del caso. Estaba tan enfocado en su ritual previo al lanzamiento que olvidó mirar el campo. El disco voló, tomó una parábola casi perfecta y se estrelló.

No lo podía creer. Mientras miraba el objeto volando y siguiendo su camino, vio que este, al aterrizar chocaba en la cabeza de un atleta que entrenaba por los senderos de tierra entre el pasto. Inmediatamente fue a piso. La sangre corría. El último respiro escapaba de los pulmones del corredor. La muerte había llegado para él. 

Corrió hacia él, Asustado, Temblaba, No sabía qué hacer. Fue cuando se agachó para verlo que notó algo. Había roto su marca personal. Incluso había superado los sesenta y cuatro y pico metros del checo. Agarró el disco y salió corriendo mientras que una leve sonrisa se iba formando en su arrugado rostro.

sábado, 10 de octubre de 2015

Cuesta Barriga

Hoy, junto con mi buen amigo Manuel, decidimos ir a pedalear a la Cuesta Barriga. Ninguno de los dos la había subido, así que aprovechamos la instancia de un fin de semana sin muchas obligaciones y partimos. Nos juntamos en su casa, en Maipú, y nos pusimos en ruta.

Tomamos una ruta que yo más o menos conocía, debido a ruteos que había relizado a Melipilla y otras localidades cercanas. Camino a Melipilla fue el elegido. Como partimos tarde, el tráfico se notaba, y como siempre, las micros interurbanas van haciendo de las suyas manejando agresivamente. 

Hay que tomar Camino a Melipilla hasta llegar a Padre Hurtado. En este lugar está bien indicado hacia dónde se encuentra la cuesta así que es muy difícil perderse. 

La ruta que lleva hacia la cuesta es la G-68 y en Padre Hurtado se llama José Luis Caro. Supongo que al igual que la ruta G-78, que era el antigua camino para ir hasta San Antonio, esta fue el antiguo camino para llegar a Valparaíso (tengo que averiguar bien).

Cruzando la Autopista del Sol, nos adentramos a una zona más rural. El verde empieza a abundar y las mariposas comenzaron a aparecer de manera estrepitosa. Creo que nunca había visto tantas. Una de las vistas más lindas del camino sin duda fue el cruce del Mapocho, en el puente Esperanza. No paré para retratarlo, porque pensaba hacerlo a la vuelta.

Cruzar el Mapocho da una sensación extraña, tanto dentro como fuera de Santiago. No me pregunten el porqué, pero creo que plasmé algo de esa idea en una entrada anterior. Desde el puente Esperanza hasta el cruce con Las Violetas son casi 4,5k. Y es aquí donde empieza la Cuesta Barriga. 

La Cuesta Barriga tiene 6k de longitud, con varias curvas entretenidas y una pendiente promedio de 5%. Me la tomé con calma, porque como era la primera vez, había que analizarla bien. Me tomó un tiempo de 26:24 en llegar a la cima. El día soleado y primaveral nos favoreció y nos entregó una linda vista hacia el valle a medida que íbamos subiendo.

En la cima de la cuesta se encuentra el límite de la Provincia de Talagante y la de Melipilla. Acá descansamos un rato, ayudé a un tipo que se le había cortado la cadena y volvimos a Santiago. Me hubiese gustado seguir y llegar hasta María Pinto, pero el tiempo apremiaba.

Cima de la Cuesta Barriga, mirando hacia donde se encuentra la localidad de María Pinto.

Las bajadas a las cuestas siempre son simpáticas, siempre y cuando no esté muy helado -no es muy agradable llegar congelado abajo-. Nos acercábamos al Mapocho nuevamente. Quería tomar la foto desde el puente, pero la ruta nos teníamos en cuenta un cambio de planes y decidimos volver por El Trebal y Camino Rinconada. Desde la ruta G-68 El Trebal nos recibe con una subida bastante empinada, y para mi sorpresa, en una curva, había una vista maravillosa del Mapocho, por lo que me detuve a tomar mi ansiada fotografía.

La ansiada foto. El río Mapocho, el puente Esperanza y el bello paisaje.
El camino El Trebal estaba bien. El camino Rinconada es un asco. Tiene demasiada basura, es una lástima que la gente utilice las bermas y los sectores aledaños a los caminos como basurales clandestinos. Me sorprendió en sobremanera que desde Rinconada se ve en gloria y majestad el Edificio del Costanera Center, Una pena.

El retorno a casa fue tranquilo y fue recompensado con un sánguche peruano de chicharrón (costillar salteado, camote frito, salsa criolla, cebolla morada y salsa de rocoto). Una delicia.

En total recorrí 76k. Un buena distancia para volver a la ruta después de la pausa invernal.

¡Saludos, lectores!


viernes, 9 de octubre de 2015

Olor a ausencia

Cinco de la mañana. Las cortinas abiertas dejan que entren débiles los últimos rayos plateados de la luna. Algunos muebles se interponen a ellos y generan sombras. La botella, transparente, refleja alguno de los rayos y también permite que la atraviesen formando una silueta curiosa contra la superficie de la mesa. Con el vaso y el gin que tiene dentro pasa una situación similar.

La plateada luz de la luna da paso a los primeros rayos rojos del sol. Un rojo amanecer, como dice una buena canción. Ha sido una noche tormentosa. Sigue la tónica de las últimas noches. Sólo quedan muebles. Ella ya no está.

Es difícil darse cuenta de ese momento en que el alcohol se vuelve tu nueva compañía. Algunos dicen que es el único compañero fiel. Yo no creo en esas patrañas. Pero para algunos es así. Buscar respuestas en el fondo de un vaso, mientras balbucea frases inconexas. Aunque dentro de esas frases sin sentido aparecen momentos de lucidez. Algo así como los ancianos cuando tienen alzhéimer. Un chispazo, como un delta de Dirac, y se fue todo al carajo de nuevo.

"Tengo una duda, ¿quién inventó el olor a ausencia?" murmuraba en uno de esos momentos. "Ausencia es cuando una mujer o un hombre ya no están más" seguía balbucenado el hombre en su pieza. Y volvía a repetir lo mismo entre lágrimas y risa.

¿Quién inventó el olor a ausencia?

Hasta el día de hoy me pregunto cómo olerá la ausencia.


domingo, 20 de septiembre de 2015

Arado

Con la fuerza de un caballo de tres patas
tirando de un viejo arado de madera
a punto de deshacer el último terrón
al igual que se rompe la confianza entre los dos.

Las raíces penetran en la tierra y crecen
crecen, crecen, crecen. Algunas son más
fuertes que otras, Resisten más. Algo así como
un borracho de cantina, experto en resistir estoicamente
a la siguiente ronda, contra un adolescente que apenas
bebe dos sorbos de cerveza.

Que siente el amargor y no le gusta, busca
cosas dulces. No sabe aún lo que es estar mal.
No sabe que la vida es parecida a la cerveza:
amarga, fría, Le gustaría que fuera dulce y cálida.
¡Pero imagina una cerveza caliente!
Ahí sí que la vida andaría mal.

Con la raíces empieza a crecer la planta
o el tubérculo. Y tenemos papas, zanahorias, tomates
y no sé cuántas otras verduras y frutas más.
Pero lo que nos sobra de eso ya sabemos dónde va
a parar. Al estómago a mal traer de ese que un día fue un gran
corcel y que ahora, más encima cojo, sirve sólo para tirar
un pesado y antiguo arado de madera.

domingo, 26 de julio de 2015

Inconcluso (3)

(Continuación de Inconcluso (2) )

3

Después de mirar un par de traseros en la calle, encendí un cigarro, fumé la primera calada. Sentí el humo dentro, traté de retenerlo, como si fuera un pito, y exhalé. Me sentía dañado. No por la caña a eso ya estoy acostumbrado, es como un eterno estado. Bueno, no siempre, porque la mayoría del tiempo la paso borracho.

Por mi culpa hubo un amague de incendio en uno de los basureros del Paseo Bulnes. Ha de haber sido mi estado de ebriedad. O la resaca, como les gusta decir a algunos escritores de poca monta. La cosa es que no apagué bien el pucho. La colilla, aún con brasas fue a parar a la basura. Ahí donde nos olvidamos del problema de la contaminación porque nos sentimos buenos dejando las cosas ahí, sin hacer nada por cambiarlas o reutilizarlas o plantearnos algo. Producto de estos desechos de la despreocupación y del excesivo consumo de estos días, y también de mi falta de conciencia al lanzar la colilla encendida, se inició la combustión.

Supongo que desde chico le tengo respeto a las cosas calientes. Tengo la cagada en el brazo y en la espalda. Pero nunca le había tenido miedo al fuego, al contrario, este me atraía como si tratara de un enlace iónico entre el bromo y la plata. La luz del fuego incidía en mis ojos, y la fotografía, producto de este compuesto que se genera con estos dos elementos, bromuro de plata, se revelaba y quedaba almacenada en mi cabeza.

Pero no sé cómo reaccionar. Vi el fuego y quedé en blanco. Esa atracción no existe más. Me voy a negro. Ni en mis peores borracheras me sentí así. Sudaba. Temblaba. Luego quietud. Y luego sentí movimientos, alguien me zamarreaba, hablaba palabras que se escuchaban lejanas. Recibí un chorro de agua en la cara y me desperté. Traté de incorporarme y después de un momento lo logré. 

Las llamas ya no estaban, en su lugar había humo o vapor, no sé. La gente volvía a tomar su curso. Total, qué les importa a ellos lo que le pase a un viejo borracho. Busqué en los bolsillos de mi tweed la cajetilla de cigarros. Lamentablemente se habían mojado. Caminé y le pedí un cigarro a la primera persona que vi fumando.

El vapor que salía del basurero me hizo recordar el incidente de la infancia. Un escalofrío recorrió toda mi espalda y sentí cómo me noqueaba en la nuca, Pero fui más fuerte y me mantuve en pie. Las malas memorias que me quejaban hicieron que la sed volviera. Me dirigí a San Diego en busca de alguna botillería para comprar una petaca y saciar la sed. 

En el trayecto, los pocos árboles que quedaban en ese sector del centro me hicieron pensar en los árboles que hay en Longaví. Claro que no son los mismos, pero al fin y al cabo son árboles. Árboles que trepaba para esconderme de las personas y así no exponerme a las burlas que recibía producto de mis quemaduras.


domingo, 19 de julio de 2015

Valdivia de Paine

Nunca había escuchado el nombre de este pueblo. Fue en una conversación con Nico en que salió a flote este nuevo (para mí) lugar. Él lo mencionó y nos quedó dando vuelta la idea de ir para allá. 

Llevaba aproximadamente un mes (quizás un poco más) sin andar en bicicleta. Bueno, esto no es cierto, ya que me voy regularmente al trabajo en la chancha. Pero me refiero a salir los fin de semana a conocer nuevos lugares, ya sea en Santiago o en sus alrededores. Estos últimos son los que más me entusiasman, por un tema de paisaje. Ver plantaciones o qué sé yo.

En resumen, tenía muchas ganas de dar una vuelta larga. no habían lluvias pronosticadas, la calidad del aire estaba decente (no había alerta, ni pre-emergencia ambiental) y había un factor extra que gatilló todo: un aviso en el ascensor de mi edificio que decía que la luz iba a ser cortada entre las nueve de la mañana y las cuatro de la tarde. El tiempo preciso para salir a pedalear, pensé.

Me abrigué más de lo habitual para salir (me puse patas o calzas o como quieran llamarlas) y el cortavientos.

El camino para salir de Santiago es fácil y rápido si uno conoce bien las calles. En este caso, lo más rápido era tomar Isabel Riquelme, Bascuñán, Carlos Valdovinos, PAC y Camino a Lonquén.

La última vez que tomé el Camino a Lonquén estaba en pésimas condiciones. Baches y basura por todos lados. No es una muy biena impresión pensando que uno está saliendo (o llegando) a Santiago. Esta vez estaba más limpio y el pavimento en mejor estado. Desde el desvío en Pedro Aguirre Cerda hasta Lonquén son cerca de 27 km. Lo bueno es que es en bajada, y como era fin de semana largo no había mucho tránsito, por lo que se podía llegar bastante rápido a Lonquén.

Calle Balmaceda, llegando a La Islita.

Entrando a Lonquén, se toma la calle Balmaceda, que ha de ser la calle principal, y se sigue derecho hasta llegar a la entrada de una localidad que se llama La Islita, que queda entre Lonquén e Isla de Maipo. Es aquí que se toma la ruta G-46 hacia el SE. Después de sufrir un poco con el frío que había en el sector, crucé el Río Maipo. Fue ahí en que divisé la línea del tren, es un puente paralelo al a ruta. He de suponer que ese tramo se trata de un ramal que conecta la línea de tren que se dirige al sur de Chile, con la que va al puerto de San Antonio, comenzando en Talagante y terminando en Paine.

Puente que cruza el río Maipo, límite de la Provincia de Talagante con la Provincia de Maipo.

Línea del tren, que une Talagante con Paine (fue imprudente tomar la foto, pero no me pude resistir a hacerlo, hay algo que me atrae mucho de los rieles)

Además, cruzar el río Maipo a esta altura marca el cambio de provincia, de la Provincia de Talagante se pasa a la Provincia de Maipo. Pasado este hito, nos encontramos con el desvío a Valdivia de Paine. Se toma la ruta G-500 por cerca de 6 km. La calle principal de este pueblo se llama Chile. Es una calle larga, con varios negocios y casa. Muchos árboles altos y un aspecto, como han de suponer, bastante rural. Luego de un par de vueltas, y un intento fallido de comprar algo (andaba sin efectivo y no había ningún local con Redcompra, sólo Caja Vecina) me fui. 

La fatiga me empezó a atacar. El lugar más cercano para conseguir comida comprada con dinero plástico era Buin, por lo que mi energía la destiné en llegar hasta allá. Mientras pedaleaba, buscaba árboles frutales al borde del camino con la ilusión de encontrar alguna fruta para comer y reponer energía. No apareció ninguno. Ya no daba más de fatiga y entré a un local entre Viluco y Maipo. La misma historia que en Valdivia de Paine. Le pregunté a la dueña si es que tenía una cuenta a la que depositarle y así poder comprar algo. Amablemente aceptó, pero no todo podía salir bien. Mi celular estaba sin señal, por lo que no podía hacerle la transferencia. No sé si habré estado pálido o algo por el estilo, pero me dijo algo así: "llévate las galletas y transfiéreme después, no te preocupes, aún creo que hay gente buena y honrada. Ah, toma, este chocolate va por cuenta mía". (Gracias señora Rosa por la buena onda). Luego de agradecerle mucho, salí del local a comer. Ya con nuevas fuerza emprendí rumbo a Buin. 

Para llegar a Buin hay que tomar la ruta G-490, pasar por Maipo y por último tomar el camino Buin-Maipo. En Buin almorcé, y pensé en cómo volver a Santiago. La Ruta 5 no era opción. Ya había hecho ese trayecto y es una paja. Volver por el mismo camino de la ida tampoco, por lo que decidí volver por Los Morros. Este camino también lo conocía, solo que lo había hecho en el otro sentido. Luego era cosa de llegar a la Gran Avenida y llegar al hogar y descansar luego de 110 km en movimiento. 








martes, 14 de julio de 2015

La Negra

Fue en un momento inesperado
no es que haya sido algo que pensé mucho
te fui a buscar y no nos separamos más.

Compañera de andanzas y de locas aventuras
cuántos kilómetros recorrimos
algo así como 0,00002 UA (¡y quizás es una exageración!).

Ojalá nos hubiese alcanzado para llegar al sol.
Pero tendría que andar sobre ti toda una vida
o no tanto, pero igual es mucho.

Negro brillante y plateado tus colores,
como un carbón reluciente de la mina de Lota
algo difícil, porque el carbón es opaco.

Pero tú brillas aún.
Con cada vez más grasa a pesar de los esfuerzos por quitarla.
Cada gramo de grasa que yo perdía tú lo absorbías.

Un trato justo, si pensamos que yo hacía harto esfuerzo.
Aunque llevarme a cuestas tampoco ha de ser fácil
menos subiendo (y fueron muchas subidas).

Un día cortaste tus cadenas.
Algo así como la premonición de lo que se venía.
Tu libertad. Un descanso (al fin) después de tanto trecho andando.

Romper cadenas y ser libre.
Yo me sentía libre contigo, era cosa de pescarte y ya.
Hasta donde el cuerpo aguante.

Hoy, contrario a lo que creías, te encerré.
En la oscuridad. Como si volvieses a ser un carbón a más de 500 metros bajo el mar.
Esperando que un próximo valiente minero baje a rescatarte 
para que vuelvas a las calles a brillar.

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Dedicado a "La Negra", mi antigua bicicleta.

domingo, 12 de julio de 2015

Inconcluso (2)

(Traté de retomar lo escrito en Inconcluso, esto es el resultado. Quizá se llegue a transformar en algo entretenido).

2

El mate cebado quedó tirado en la mesa. Lo poco y nada de agua que quedaba en éste no alcanzó a mojar el piso. Menos mal, pensaba Chicho mientras corría como loco hacia la cocina a ver qué había pasado. Le daba lata tener que pasar virutilla y cera en el parqué. 

En la cocina estaba la tendalada. No entendía nada. Le costó reaccionar. No supo de dónde sacó las fuerzas para levantar a Fernando, sin resbalarse en el piso cubierto de agua, correr, encender el viejo Peugeot -que había traído de Argentina en uno de los viajes que había realizado para visitar  sus amigos exiliados-, y emprender rumbo al hospital de Parral, donde tenía unos conocidos que lo podían atender rápido.

Quemaduras de tercer grado en la espalda y de segundo grado en el brazo izquierdo. Las enfermeras le decían que menos mal que no se había quemado la cara. Daba igual. Su cuerpo no volvería a ser el mismo. Aunque eso Fernando no lo pensó jamás.

El tiempo que estuvo convaleciente lo pasó en la casa del Chicho. Él se preocupaba de llevarlo al hospital de Parral para que le hicieran su tratamiento de desbridamiento en el brazo izquierdo y le controlaran la evolución del injerto de piel en su espalda. En ese entonces, ya en su precoz despertar sexual, solía mirar las piernas de las enfermeras y los escotes de las secretarias, lo que le generaba que se alzara su pantalón en la zona genital. Su abuelo lo notaba, y quizás otra gente también, pero no le decía nada. Se reía para sus adentros.

Los pensamientos de Fernando dieron paso al sueño en una suerte de mezcla con las cosas que lo trastornaba en ese momento. Soñaba con el hospital de Parral, Con Eugenia, la enfermera que lo atendía. Que lo curaba por completo. Que quedaba sin marcas. Que la invitaba a tomar una cerveza al boliche donde probó por primera vez la malta Morenita.

Agitado despertó. El sol se encontraba en el cénit y lo encegueció por unos segundos. Las personas en la calle le hacían el quite y lo miraban con desprecio. Como si nunca hubiesen visto a un borracho dormitar en la calle. Como si nunca hubiesen pasado por esa situación. La caña perduraba. Las cicatrices igual. Bienvenida realidad. Sacudió su chaqueta de tweed, se incorporó y caminó, no sin antes darle el último sorbo a su botella de whisky barato
       

martes, 23 de junio de 2015

From here to eternity

Comenzaba el riff de From here to eternity y su cabeza empezó a moverse al ritmo de los acordes, en eso que llaman headbanging. Era una de las canciones favoritas del Johnny. Era la cuarta canción del lado A del casete uno (de dos) que había conseguido en la feria. No era original. Pero tenía el concierto que dieron los ingleses en Donington el año '92 junto a Skid Row, Slayer y otras bandas de esa onda. Live at Donington. 

En la feria le encargaba casetes al Bairon. Se los tenía de una semana para otra, porque eran medios complicados de conseguir. Lo que más vendía eran casetes con compilados para las dueñas de casa. Eran furor. A veces traía cidís, pero como era una tecnología muy cara no vendía muchos.

A Andrea no le gustaba mucho Iron Maiden. Pero los escuchaba con Johnny mientras compartían unas cervezas y unos cigarros en su pieza después del colegio. Los viejos de Andrea pensaban que su amigo era satánico. Al igual que los curas pelmazos que prohibieron la entrada del grupo a Chile tiempo antes por el mismo motivo al que aludían los papás de la Andrea. Por culpa de ellos se había perdido la oportunidad de ver a sus ídolos dando cátedra de cómo hacer un buen heavy metal.

Las juntas en la casa de Andrea tenían que ser a escondidas. Después del colegio corría y aprovechaban al máximo el tiempo juntos antes que llegaran sus viejos. Fue ahí, entre Iron Maiden, cervezas tibias y desvanecidas y sábanas sucias, que Andrea y Johnny culearon por primera vez. No digo que hicieron el amor, porque no habían sentimientos de "amor" de por medio. Lo único que había era amistad. Tenían todo conversado. Johnny se consiguió los condones con un compañero de curso a cambio de un casete de Judas Priest.

Saltémonos la parte caótica de la relación: embarazo adolescente, aborto, peleas, llantos, y más peleas.

Hell is from here to eternity.

La canción seguía sonando en el personal estéreo. Todos los días mientras esperaba la micro para ir al instituto. Ya no veía a Andrea. Pero veía a Javiera. Le gustaba porque se parecía en ciertas cosas a Andrea. Claro que ahora se cuidaba y ella también. No quería volver pasar por lo mismo.

Caminaba en la calle moviendo la cabeza. El fierro de la micro era su guitarra invisible, que hacía más gratos sus recorridos diarios. Tenía todos los riffs memorizados. No le importaba que la gente lo mirara de forma extraña en los buses amarillos. Añoraba el día en que pudiese ver a su banda favorita.

Las cosas dejaron de ir bien. En verdad nunca estuvieron bien. Pero Johnny lo creía y eso le bastaba para sentirse en un estado normal. Más peleas. Celos (qué hueá más estúpida los celos). Por suerte esta vez no hubo embarazo.

Soledad. Cervezas. Más soledad. Tiempo. Y más tiempo. Pasó el concierto del año '96 sin pena ni gloria. No le gustaba la voz de Bayley, así que no disfrutó tanto el concierto. 

Para el 2000 ya estaba trabajando. En una oficina que la única luz que recibía era la de un tubo fluorescente que colgaba de la pared. Olía a humedad y a cigarro. Todos en la oficina fumaban. El sol lo veía a la hora de almuerzo cuando salía a comerse un completo en el Portal Fernández Concha, al lado de la Plaza de Armas. A veces se ponía a jugar cartas con los peruanos al costado de la Catedral. Apostaban mil pesos o lo que fuese. Nunca pudo ganar. 

Fue a mediados de año que llegó la noticia. Iron Maiden se presentaría por segunda vez en Chile. La emoción se apoderó de él. Vendió un par de cosas y compró la entrada. Cerca de quince lucas. Según él, las mejores quince lucas invertidas en su vida. Ya no escuchaba From here to eternity, le traía malos recuerdos. Los peores.

El día llegó. Joaquín, el amigo con el que fue, recibió puteadas de Dickinson por huevearlo con un láser en medio de The Clansman. Esa noche no sonó la canción prohibida. Tampoco volvió a sonar en el personal de Johnny. 

A la salida del concierto vio a Andrea a lo lejos. Parece que ella igual lo vio. Pero no se saludaron. No tenían nada de qué hablar. Mejor así. Compró una lata de cerveza a la salida del estadio y se puso a caminar.

sábado, 13 de junio de 2015

Microbusero

Despertó de su siesta por culpa de un bocinazo. La urgencia del hecho lo obligó a dejar la comodidad de su asiento, de esos con los amortiguadores a la vista, y partir a una reunión en la garita. Al bajar de la micro se encontró con Esteban, quien lo instó a participar del paro mañana. Pero, hueón, entiende, nos quieren cagar con un sistema nuevo, una hueá que no va a funcionar. ¿Vos creís que a estos gallos les importa alguna hueá de lo que nos pase a nosotros? Se quieren puro forrar. Ya vai a ver como queda la cagá. En la reunión la mayoría estuvo a favor del paro. La idea era bloquear Vespucio a la altura de El Cortijo, temprano en la mañana. Los dos recorridos de la Intercomunal Siete estarían ahí. Al final Ramiro dio su mano a torcer y se sumó. Una llamada desde un teléfono público para avisarle a sus señora que no iba a llegar a dormir a la casa. Que no se preocupara. Que era por algo bueno. Dos de los cientocinco recorridos que se sumaron.

Por la radio, las noticias deportivas le informaban que su equipo, Santiago Morning, o el Chaguito, como le llamaba con cariño, había empatado a un tanto contra la Unión. No había podido ir al estadio, ni tampoco escucharlo por la radio.

En la noche, en la garita, el humo de los cigarros que se fumaba se mimetizaba con el humo que emanaba de la fogata improvisada en un oxidado tambor de petróleo. Olor a madera quemada y restos de basura que servían para avivar el fuego. Todo por apalear el frío de la noche capitalina.

Incertidumbre había. No confiaban en Navarrete. Quizás nos caga, Le caen unas chauchas o le ofrecen algún puesto y su ideología se va al carajo, pensaban Ramiro y algunos de sus colegas. El viejo Mario era de la idea de armar una barricada en Vespucio. Pero tras las insistencia de sus compañeros, desistió de la idea.

La tensión reinaba en el ambiente. Por minutos nadie hablaba, sólo se miraban. Frío. Nerviosismo. Sueño. Cómo llevar a cabo ésto.

A eso de las cinco de la mañana el primer motor de una Metalpar rompió con el silencio reinante en la garita. Se le sumó un segundo y un tercero. Era el aviso. El paro va, decían algunos, animando a sus compañeros a encender sus máquinas. Una a una fueron saliendo en dirección a El Cortijo.

El bloqueo comenzó. Los buses se cruzaron en Vespucio, ocupando dos pistas las cruzadas y otras ocupando sus propias pistas. Era un enjambre al azar, pero cumplía su función, no dejar pasar a nadie y cortar el servicio de micros de Santiago.

En la radio de la micro de Ramiro se escuchaba que Lagos invocaba la ley de seguridad del Estado. Chucha, cagamos, pensaba mientras consumía su cigarro. Miraba a la virgencita que tenía colgada del techo de su máquina. Decidió partir en la micro a la garita. Tenía miedo. No le importaban las consecuencias. Con vergüenza abandonó el corte y se fue a su casa. Les había fallado. Tenía pena. Sin embargo no sabía que a fin de ese año tendría una pena aún mayor. El Chaguito descendía a la Primera B.

lunes, 8 de junio de 2015

Esteban

Siento que sería mejor que la casa estuviese en silencio. Esas conversaciones con situaciones triviales no me interesan. Tampoco las puedo evitar cerrando la puerta, porque se siguen escuchando. Las desventajas de vivir en una casa de material liviano. Pero qué voy a hacer. Es lo que me tocó. Queda poco para ver a mis amigos. Con ellos, aunque no participe de la conversación, no me aburro. Hablan cosas interesantes, Me comentan libros, películas, sus experiencias de viajes. Es extraño tener amigos tan cultos. Yo leo, pero leo puras hueás. O cosas que no le interesan a mis amigos. Muchas de las cosas que sé de filosofía o política las he aprendido de ellos. Es extraño ser su amigo. Yo les cuento anécdotas de la pobla. De los problemas que tenemos. De las bases, como dicen ellos. A veces van para mi casa, ayudan un poco en el barrio. Hacen asesorías legales gratuitas. Se mueven. Yo soy el nexo. El que los aterriza un poco con la realidad. Que los saca de la teoría de sus libros, que los hace enfrentarse a problemas reales. No a qué le voy a echar al pan hoy ni qué camisa me pondré para que combine con los calcetines. No me hablen de hueás. Como dicen ellos first world problems, o algo así. No sé lo que significa. Imagino que problems es algo así como problemas. No sé. No cacho nada de inglés. Los libros que leo están en español. Son de la pequeña biblioteca que juntó mi abuela con mucho esfuerzo. Libros que ya no están en buen estado. Tienen las hojas quemadas, olor a humedad, a algunos les faltan páginas. La mitad deben ser almanaques y enciclopedias desactualizadas. Eso es lo más terrible. Vivo en el pasado. No literalmente. Tampoco tenemos TV cable, menos internet. Para que hablar de un celular con pantalla táctil. Mi celular me lo regaló el loco Pepe. Se choreó una cartera y estaba ese celu. Como no le servía para vender, me lo dio. Me conseguí por cien pesos el cargador en la feria. Nunca tengo saldo. Con qué plata, si lo que gano, se lo tengo que pasar a mi vieja para ayudarla en la casa. Lo que logro rescatar lo gasto en cervezas tarde mal y nunca y en mis infaltables cigarros, compañeros de interminables noches, de amenas tertulias y de mis lecturas en la cancha de tierra del barrio. Leo en la cancha porque ahí no escucho conversaciones banales. O al menos no por largo tiempo. Lo que demora en que pasen las vecinas que van a comprar pan al local de don Mario. Cuando se vuelve insoportable la situación, salgo de mi casa, voy donde don Mario, que tiene un teléfono en el local y llamo al Javier. Suele recibirme sin problemas. Conversamos, fumamos y me quedo a dormir en su casa. Muchas veces no logro conciliar el sueño, hurgo en sus libros y me decido por el que me parezca interesante. Al menos son más actuales que los de mi casa. Y salen de esas novelas románticas con las que suspiraba mi abuela en sus tiempos mozos. Cuando, timidamente, comenzaba a masturbarse pensando en el protagonista del libro. Pero bueno, no quiero imaginar a mi abuela tocándose en busca de placer. Algún día podré salir de mi casa. Tener mi espacio. No tener que escuchar conversaciones que no me interesan.  

miércoles, 3 de junio de 2015

duele como el corte un un cuchillo sin filo
como esos que no cortan ni cilantro
que tienen óxido en una cara 
y que encuentras botados en antros
deja el vino a un lado
levántate que tenís la espalda llenas de escaras
ni que estuvieras postrado
toma ese peso y déjalo a un lado
pisa la hojas del otoño
y recógelas que ya viene tu retoño
pao culiao, no seái cmoo Ñoño
sí, ese del Chavo
sácate esa jardinera verde, ¿no te gustaba tanto el coño?
ármate un cigarro y fúmate la rabia
que la sangre te corre como si fuera savia
pero tú no eres planta
te podís mover
ponte los zapatos y ándate a correr
o volar 
lo que más te guste
pégate un ajuste
no te pongas a llorar como un niño sin su dulce
que la sangre que has perdido las vas a recuperar
claro que no es inmediato
la hueá no es fácil como amarrarse un zapato
aunque tú siempre usaste zapatillas con broche
como si nunca te hubieses bajado del coche
sigues siendo un bebé
no quieres crecer
mejor pesca el cuchillo y deja la sangre correr

lunes, 25 de mayo de 2015

Actualización de ruteos

Aprovechando estos días libres (más libres de los que ya vengo teniendo has más de un mes), tomé mi bicicleta y partí con destino a Lo Hidalgo. El camino ya lo conocía. La semana pasada había ido a la cuesta La Dormida y la había sorteado sin dificultades. El recorrido esta vez era similar, con algunas variantes: no pasar por el aeropuerto y conocer el Camino Lo Boza para llegar a Vespucio. La secuencia es sencilla, Carrascal hasta el fondo, cruzar el Mapocho, seguir por la misma calle, que se pasa a llamar Condell y después Camino Lo Boza. En algún momento hay una curva y es ahí donde me salí del Lo Boza llegando a Brasil. Parece que en ese sector este camino deja el concreto y toma las faldas del cerro en un camino de tierra, el cual no pude divisar. Pero llegué a Vespucio conociendo un lugar de Santiago por el cual no había pasado.

Desde Vespucio ya era camino conocido para llegar a TilTil. Lo Echevers y su hediondez característica a animales muertos, aguas estancadas, basurales y quizás cuánta cosa más. Lo bueno es que pasando el cruce con Agua Claras esto decae y da paso ya a un aroma más campestre, por ponerlo de algún modo. Con la aparición del primer perro atropellado en el camino me puse a contar cuántos animales pillaba sin vida en la berma durante la travesía. El contador final: siete, lo que me puso un poco triste. Esta vez el viaje fue sin detenciones. La primera parada la realicé en el kilómetro 5 de la cuesta La Dormida.

Desde el kilómetro 3 me venía siguiendo un perro. Era negro. Se presentó con unos ladridos temerarios, haciendo que me bajara de la bicicleta para acariciarlo. Mala idea -o quizás buena-, debido a que se transformó en mi compañero de viaje. Siguió a mi lado, a mi ritmo por los siguientes 5 km. Que fue donde corté cadena. Caramba. Qué mala suerte. No quedó otra que empezar a caminar junto a la chancha para alcanzar la cima de la cuesta.

Alcancé a caminar cerca de un kilómetro, más menos hasta el cruce a Caleu, cuando se me ocurrió hacer dedo. Ahí fue que un camionero me paró y me llevó en la parte de atrás de su pequeño camión. "Hasta la bajada de la cuesta no más, que después hay pacos". Fue en ese momento, en que el perro comenzó a seguir al camión quedando relegado debido a que sus trancos no le daban para igualar la velocidad de la máquina.

Ese día estaba bastante helado. La bajada de la cuesta hacia Olmué fue una tortura. Olvidé ponerme el cortavientos y me congelé en la bajada. Llegando a Quebrada Alvarado me bajé del camioncito y me puse a caminar. En un comienzo pensé que era Olmué y me disponía a buscar una tienda de bicicletas para salir del imprevisto. Al notar que no era el lugar me puse a caminar hacia Olmué. 

Doce kilómetros separan Quebrada Alvarado de Olmué, una larga distancia considerando que había que hacerla caminando. Recurrí nuevamente a hacer dedo. Paró una camioneta roja. En su interior tres mujeres. Una familia. Tres generaciones. Dejé mi bicicleta en el pick-up y me invitaron cordialmente a subir a la cabina trasera. Iban escuchando a Silvio. Canté y me acordé de mis amigos. Crucé con ellas algunas palabras. Sólo lo necesario, para no interrumpir su conversación. Me dejaron en el cruce del camino hacia la cuesta La Dormida de Limache con el ex-troncal sur.

Ahí terminó mi viaje. Aún tengo la bicicleta sin cadena ya que no encontré un lugar para repararla en la zona.

Ruteos actualizados al 25/5/2015.

La imagen que ven es una actualización con los ruteos que he añadido a mi mapa desde la última vez que subí la imagen. Se añaden las idas a Farellones (curva 15, Yerba Loca), Cajón del Maipo (con regreso por El Toyo), Rancagua (por la Cuesta Chada), dos subidas a la cuesta La Dormida (la última fallida y con destino a Lo Hidalgo).

Sería interesante ir a hacer las cuestas al poniente de Santiago y pedalear por la ruta 68. Bueno, esas vendrán cuando vuelva a tener la bicicleta con cadena.

domingo, 24 de mayo de 2015

Tetas

La línea de coca estaba entre tus tetas,
no sabía si fijarme en la línea o en tus tetas.
¡Es que son muy lindas! Casi perfectas.
En realidad son perfectas.
Mejor me jalo la línea y después de toco las tetas.


13/8/13

La noche sin rebote

No sé cómo catalogar el siguiente hecho: salir a comprar cigarros a las dos de la mañana en víspera de feriado. Que todos los locales cercanos a la casa estén cerrados. Volver a la casa, con pena, o lata, porque no será lo mismo la conversación con los amigos sin cigarros. Patear, con rabia, una cajetilla de Lucky Strikes en la calle, sentir que está pesada, recogerla, abrirla y ver que en su interior hay 18 cigarros.

Me pasó con mi amigo Manuel, el miércoles pasado. José nos esperaba en casa porque le daba paja salir. A la vuelta le contamos y quedamos en hacer un mini concurso: escribir la historia de buena forma, después cada un las leería y emitiríamos nuestros comentarios. Sin premios, que recuerde. Bueno, aquí va mi versión.

Siempre hay una buena excusa para juntarse con los amigos a conversar y quemar el tiempo con unos cigarros o alguna sustancia de esas que a los pacatos les gusta prohibir porque sí. En realidad, no tiene que haber ningún hecho que gatille las juntas, pero si hay fin de semana largo siempre es bueno realizar el ritual. Es más menos como sucede siempre. Una llamada o un mensaje son suficientes para comenzar el peregrinaje de nueve pisos para llegar a destino.

Siempre empieza entre dos o tres, quizás cuatro o cinco si es que los otros ya han llegado. Pero esta vez éramos sólo dos. Unos Camel corrientes encendieron la conversa y las ganas de una cerveza. Puede parecer que las ganas de ese líquido dorado y espumeante siempre están, pero no es así. A veces se minimizan con una taza de té y otras veces con Coca-Cola. Esta vez, las ganas eran mayores, así que nos embarcamos a comprar aquel brebaje, compañero de infinitas tertulias.

Ya con las cervezas en nuestro poder, cenamos, la carne que habíamos dejado preparando en el horno mientras salimos. Al rato, un llamado y se sumó el tercer miembro de la comitiva, quien llegó con más latas de cerveza, mas no con cigarros. Aquí comienzan los problemas.

Los cigarros del camello ya escaseaban y los mentolados del tercer integrante calentaban poco. La solución: ir a comprar cigarros. Que vamos todos, no, mejor que vaya sólo uno. Al final nos decidimos y partimos dos.

Lo que pasó en ese entonces es historia conocida. Al menos se las mencioné como resumen. Y me da paja escribirla detalladamente, Lo importante es lo medular. No reímos del pelotudo al que se le perdieron los cigarros. Pero cayeron en buenas manos. O bocas. O pulmones. Y en un cenicero de Nescafé tradición.

Lo mejor es que nos abrigaron en la fría noche. Después los reemplazamos por unos Philip Morris, o Pipe Morales, que le compramos a un caribeño en un servicentro después de haber ido a sacar plata para comprar más cerveza. y de que apareciera un pelotudo que se puso a hablar en inglés con una pronunciación digna de Apu.

En fin, terminamos con cigarros, cervezas y buena conversación con los amigos de siempre, en la que llamamos "la noche sin rebote".

lunes, 18 de mayo de 2015

170 km

Ayer, junto con Nicolás, nos embarcamos hacia la cuesta La Dormida. Bueno, no nos embarcamos, pero pescamos nuestras bicicletas y partimos. El punto de encuentro fue en el aeropuerto de Santiago, Pudahuel, SCL, Arturo Merino Benítez o como a ustedes les plazca decirle. Y en eso se fueron los primeros veinticinco kilómetros de la travesía. En llegar al aeropuerto.

¿Por dónde irnos? Luego de conversar un rato optamos por tomar la ruta por atrás del aeropuerto: camino Renca-Lampa creo que se llama. Un par de aviones en la losa. Uno aterrizando, que pasó a poco metros de altura, nunca había visto eso tan de cerca. Llega el desvío a camino Aguas Claras, para el que hubo que atravesar un peladero (la conexión con este camino no hacía devolvernos un buen tramo). Y terminando este camino llegamos a Lo Echevers. Pedalear y pedalear. Desde el cruce de Aguas Claras con Lo Echevers a Lampa hay cerca de diez kilómetros.

Lampa: no sé si fue por el día o qué, pero era un caos el centro. Pocos autos y mucha gente cruzando por cualquier lado en las calles. Parada para comer algo e hidratarse. Luego de esto a continuar con el pedaleo. Saliendo de Lampa tomamos el camino a Chicauma. A la entrada de este camino hay un condominio o parcelación o no sé cómo se les llama a esos sectores con muchas parcelas, llamado Valle de Luna, en el que vivía un amigo de mi infancia. Buenos recuerdos.
Llegando a Lampa.
De Lampa a Til Til son 25 km. El camino a Chicauma es bastante entretenido. Pasan pocos autos y muchos ciclistas, debe ser porque es un buen camino. El pavimento está en buen estado, hay hartas rampas y falsos planos, no tan desgastantes. La vista es bastante típica de la zona central, pocos árboles en los cerros, muchos cactus y espinos. En las quebradas aparecen más árboles y también en algunas zonas al lado del camino. Llegando a la última subida del camino a Chicauma nos topamos con el Camino a Til Til.
Un grande.
A seis kilómetros de la intersección de estos caminos, y en dirección a Til Til, nos topamos con el monumento a Manuel Rodríguez y el que sería el segundo descanso, más que nada para guardar el cortavientos porque ya empezaba a hacer calor. Seguir pedaleando un rato y llegamos a Til Til luego de 72 km.


Monumento a Manuel Rodríguez.
Descanso para comer, llenar agua y prepararnos para lo que nos convocaba: la cuesta La Dormida. En Til Til estaba el circo de las Montini y me acordé de la teleserie del siete.

Cuesta La Dormida: 11 km, 6% de pendiente promedio, ascenso en torno a los 650 m. Había pasado por la cuesta en sentido contrario al actual, un mañana después de haber trabajado de barman en Limache, por tanto, la idea que tenía en mi mente de la cuesta distaba mucho de la realidad. Tunas y aceitunas reinaban los dos o tres primeros kilómetros de la cuesta. Después el paisaje se tornaba más boscoso, con especies como roble (que no vi, o quizás sí pero no le presté atención). Luego de una hora y veinte minutos llegué a la cumbre. Al límite entre la Región Metropolitana y la de Valparaíso. Descanso merecido y el cigarro de rigor mirando hacia el otro lado de la cuesta (hacia Olmué). Lástima que la bruma impidiera aprovechar más la vista.

Vista hacia el oriente en la cuesta La Dormida.
La cumbre de la cuesta. Dejando la Región Metropolitana y cruzando a la de Valparaíso.

El descenso fue maravilloso, casi a 65 km/h en algunos tramos. Para llegar a Til Til a almorzar. Cerca de 93 km para un plato de comida. Elegimos un local con aspecto de fonda en el pueblito artesanal de Til Til, Un cocimiento para recomponer el alma y seguir pedaleando.

Ya devuelta, un puchito junto a Manuel Rodríguez y pedalear rápido par no llegar a oscuras a Santiago. Para el cruce de Lo Echevers con Vespucio ya llevábamos cerca de 138 km. El volver desde ahí a la casa fue una tortura, más que por cansancio, porque me dolían las posaderas. Necesito urgente unas calzas acolchadas para estos viajes largos. Vespucio, San Pablo, Santa Isabel y ya estaba casi en casa. Se me acabó la batería del celular cerca de San Pablo con Cumming y hasta ahí marcó 163 km. Los siete restantes se cumplen hasta mi casa.

Hasta la fecha ha sido el pique en bicicleta más largo que he hecho. Le sigue el viaje a Melipilla y Pomaire. Llegué con las piernas cansadas, pero hoy amanecí como tuna, listo para embarcarme, espero que pronto, a otra aventura en la ruta.

PD: No acostumbro a poner fotos en el blog, pero esta especie de crónica lo amerita.


jueves, 14 de mayo de 2015

Swagman

Fue el regalo del tío de su abuela. O de algún pariente viejo. Lo consiguió en el viaje que hizo a Australia en la década del treinta. El año, ni idea. A veces las fechas se olvidan, la verdad es que no es relevante para la historia.

La figura posee una base negra y cuadrada de plástico, la que acoge todo el mecanismo de sonido. Siempre ha tratado de abrirlo, pero no lo ha conseguido. Supongo que debe ser algo así como las cajas de música. Debe tener cerca de quince centímetros de alto. Una réplica a escala de un swagman. Sombrero con corchos colgando para espantar las moscas. Una barba tupida, con aspecto de desaseada. Ojos azules, profundos, como los de la abuela de Matías. Una chaqueta sin mangas y una camisa a cuadros, de color rojo con blanco. Pantalones a tres cuartos de pierna, rotos, con arreglos, parches y muchas manchas. No recuerdo si tiene sandalias o zapatos de cuero. En la espalda una mochila con una especie de saco de dormir.

Waltzing Matilda es la canción. Una versión más lenta y melancólica de las que había escuchado con anterioridad. Quizás ese tono nostálgico es idea de Matías y es causado por ese romanticismo de las cajitas musicales. 

Dos vueltas a la estatuilla y comenzaba la melodía. Matías la escuchaba cuando chico antes de acostarse. Lo tenía en el velador.

Le gustaba imaginar antes de dormir, entre vuelta y vuelta, que había tenido un antepasado que había sido un swagman. Pensaba en él, con sus trapos viejos, y escasos objetos en su bolso, buscando trabajo. Paseando de granja en granja en busca de alguna oportunidad para obtener dinero para comprar comida. O simplemente que le dieran un plato de estofado o sopa a cambio de sus servicios. Soñaba con él. Los escasos conocimientos que tenía Matías de carpintería y jardindería se los atribuía a este pariente imaginario en sus sueños.

Su padre, un campesino alcohólico, venía del campo, y durante los veranos lo llevaba a él y a su hermana a la casa donde se crió. Una antigua casa en las cercanías del lago Maihue. Fue en ese lugar en el que Matías aprendió de carpintería. Fabricó un velador y una silla. Utilizaba maderas nobles que conseguían ilegalmente con los contactos de su papá y algunas sobras de cajones de frutas que encontraban tiradas en la feria cuando viajaban a Futrono a abastecerse. 

La agricultura nunca le interesó, pero se veía obligado a aprender para ayudar en el campo. Todos estos escasos conocimientos se los entregaba a su pariente imaginario en los sueños. A veces, descansando entre las nalcas también iba añadiendo más atributos a su tatarabuelo, como lo empezó a llamar.

De noche, acompañado de un mate, daba dos vueltas a la pequeña estatua y escuchaba la melodía. Le había preguntado a su abuela por la letra de ésta y trató de adecuarla a los sonidos que emitía la misteriosa caja bajo los pies del vagabundo, como le gustaba decirle.  

Cada verano volvía al campo, con el vagabundo. Pero cada vez olvidaba más a su tatarabuelo. Un día su padre murió. Matías decidió quedarse en el campo. Solo. Comenzó a labrar la tierra. No le gustaba, pero la falta de trabajo requería que trabajara en ella para poder alimentarse. A veces, en Futrono vendía algunos muebles que hacía. Y continuaba escuchando Waltzing Matilda. Llegó el día en que consiguió un long play que contenía la canción. Ya no era necesario girar a cada instante al vagabundo para oírla. 

Un día decidió partir. Se dirigió al paso Hua Hum con sus pocas pertenencias, entre ellas el vagabundo. Y cruzó a Argentina. La obsesión con el swagman crecía día a día y sin darse cuenta se transformó en uno. Claro que un poco más moderno. 

Quilaquina, Trompul, las cercanías del lago Escondido, lago Lolog fueron sus destinos. En cada casa de campo que veía preguntaba si necesitaban que les hiciera algún arreglo a cambio de comida y alimento.

Al final de cada día, acompañado de una fogata, Matías se dormía escuchando al vagabundo cantar Waltzing Matilda.



lunes, 11 de mayo de 2015

Campo

El té de la tetera estaba muy lavado. Al servirlo apenas se lograba un tono dorado en la taza, muy lejos del color casi negro que buscaba en la infusión. La plata escaseaba. Había que conformarse con eso para poder calentar el cuerpo. Té sin sabor a té y un cigarro. Una leve sensación de calor en el cuerpo. Por dentro la bebida caliente. En la cara el humo del tabaco.

Debe haber sido uno de los inviernos más crudos de lo últimos años. O al menos eso recordaba. Le gustaba el frío, pero esto ya era mucho. Ni que estuviera en Siberia, pensaba, a pesar de que nunca había estado tan lejos de su casa. Digamos que tampoco había salido del país. El tendía a hiperbolizar todo.

El fuego del brasero proyectaba sombras tétricas en las paredes de madera y llenaba de olor a eucalipto la casa. Sin embargo el calor que emitía no era suficiente para atacar el frío que se colaba por el plástico que hacía de ventana. En verano andaba bastante bien. Permitía que la brisa de la tarde entrara y refrescara la casa. Para el invierno no funcionaba. Había que seguir añadiendo charamusca para avivar el fuego,

A veces, por el humo le daba sueño. Dormitando se olvidaba del té y del cigarro. También de los problemas. Cuando la combustión acababa volvía a reinar el gélido ambiente al interior. Los espasmos hacían que saliera de los cabeceos y se reincorporara a agregar yesca para volver a conseguir calor. Así se le pasaban la noches.

La tetera de aluminio ya negra por ponerla al fuego y la taza esmaltada herencia de su abuela. El campo ya no era lo mismo sin ella. Las plantas estaban marchitas. No florecía nada en ese suelo que fue tan fecundo alguna vez. Las abejas ya no llegaban a polinizar, porque no había dónde hacerlo. El gallinero destartalado y sin gallinas le servía de refugio a algún gato o perro en las noches de lluvia. Qué pena no volver a disfrutar de un huevo a la copa recién sacado del nido.

El tren que transportaba ácido sulfúrico había reducido su frecuencia, por lo que se podía escuchar solo dos noches a la semana. Martes y viernes. Ni hablar que parara en la estación a dejar encargos de la capital. El mandado había que ir a comprarlo al pueblo siguiente, a ocho kilómetros. Por suerte aún existía esa vieja y oxidada Legnano que le permitía moverse un poco más rápido para las compras y así volver antes que cayera la noche.

Así pasaban los días. Ya no recordaba cuánto tiempo llevaba ahí. La soledad lo perdía en el tiempo. Sólo tenía al frío, su té sin sabor y el humo de sus cigarros. Esperaba que se consumieran rápido, con las mismas ansias que esperaba que se consumiera su vida.


sábado, 2 de mayo de 2015

BOOM

0

Todo empezó cuando Andrea le incendió el auto a Fabián. Al final terminaron juntos y amándose como esas parejas cursis de los comerciales de la TV o de la publicidad de los paraderos de micro. No sé qué tenía en mente Fabián que se enamoró de una mina que le incendió el auto.

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1

La fiesta no estaba buena. Eso da pie para tomar más de la cuenta para tratar de sentir que se pondrá mejor. Para ver si con copete uno se envalentona a hacer algo que haga que la fiesta valga la pena. Pero este no fue el caso. El copete trajo consigo lo que la mayoría de las veces pasa al tomarlo de mala manera. Náuseas, vómitos, más vómitos, negro, negro, negro, destello de algo, vómito y más vómito. La fiesta no estuvo buena.

Aburrida de que sus amigas le insistieran que se fuera a su casa, las mandó a la chucha y se puso a caminar por Bellavista. Unos flaites agarrándose a botellazos, unos punkies macheteando y unos hippies vendiendo sus cosas de hippies. Lo que se ve siempre por ahí.

Los pies livianos. Livianos pero oscilantes. El camino era un vaivén. Andrea estaba volviendo en sí. Pero se puso a tomar cerveza en un local. 

La borrachera sigue.

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2

Fabián estaba en el Forestal tocando guitarra con sus amigos. Fumaban cigarros y pitos. Conversaban de política, filosofía y se iban en la rama con cualquier tema que surgiera. 

No había alcohol. No hubo alcohol.

Seguían perdiéndose en el humo de unos Hilton. Los cigarros que fumaba su abuelo cuando chico, recordaba. Las notas de la guitarra se mezclaban con el rumor de las micros, autos y los gemidos de algunas parejas que lo estaban pasando bien en el parque.

Fabián se despide. Que está cansado, que tiene que hacer. Las típicas excusas mariconas para dejar botadas a las amistades.

Buenas noches, que estén bien.

Camina. Las luces se ven más brillantes que de costumbre. El cielo tenía un color rojo fuego. Extraño tratándose de la noche. Sigue caminando. En la calle Estados Unidos se sube a su auto. Maneja. La luz de que queda poca bencina se enciende a las pocas cuadras. Pasa a la bomba de bencina.

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3

Andrea pasa a un Pronto a comerse un completo. Si es que a esas mierdas se les puede llamar completo. Salchicha recocida con un olor a putrefacción. Pan añejo, pero que calentado pasa piola. Palta que no es palta con sabor a conserva y a preservantes. Salsas de dudosa procedencia que dicen ser de marca de renombre. Pura mierda, pero que cumple su objetivo: ayudar a pasar el bajón.

Ganas de fumar. Andrea se toca los bolsillos buscando su cajetilla de cigarros. No los encuentra. Se desespera en la búsqueda y revisa nerviosa sus bolsillos. No recuerda dónde los dejó. No recuerda nada. Busca dinero. Tampoco. Lo último que tenía se lo gastó en un hot-dog.

Decide salir del servicentro y ver si le puede sacar un cigarro a algún incauto. Se acerca a un auto a probar suerte.

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4

Fabián se estaciona en la bomba. Espera un buen rato a que lo atiendan y no pasa nada. Después se da cuenta de que es una bomba autoservicio. Cómo tan hueón, piensa. Conecta la manguera al auto y espera. En la espera prende un cigarro y se aleja del auto.

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5

Qué raro. No hay nadie en el auto.

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6

Se acerca al auto porque hay alguien registrándolo. Oye, qué estái haciendo, grita mientras corre.

Se da cuenta que es una mujer. Borracha. Con cara de mierda. Pero aún así es una de las mujeres más guapas que ha visto en su vida. Ella le pide un cigarro. Él se niega.

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7

Andrea empieza a patear la perra. Hace el amago de irse. Camina cinco pasos en dirección a la calle y se devuelve al auto de Fabián. Mientras daba los pasos sacaba el encendedor de su bolsillo. Fabián no se daba cuenta de lo que estaba pasando, pues fumaba distraído su segundo cigarro. 

Se siente el chasquido de la piedra contra la rueda. La llama sale. Está a pocos centímetros de la manguera de la bomba. Está más cerca del hoyo del auto por donde entra la bencina. La bencina empieza a arder. 

BOOM.

A Andrea no le pasó nada. Ella alcanzó a correr y esconderse. Él se quemó. El brazo y la pierna derecha. No fue tan grave.

Bueno, perdió el auto. Pero lo material va y vuelve.

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8

Trámites. Demandas. Seguros. Puras pajas legales para cobrar plata y recuperar hueás que no valen la pena. Ahí empezó el amor.

Quizás si Fabián hubiese visto a Andrea en la explosión, habría corrido hacia ella, la habría agarrado, besado y le hubiera hecho el amor. El fuego excita. Más si viene acompañado de una explosión.