miércoles, 21 de noviembre de 2012

Lo obvio

Se sentó en la mesa de todos los días, en el local que iba a almorzar durante la semana porque su mina no le cocinaba. Se acercó el mozo y le trajo lo que pedía los jueves: un pernil con puré picante, ensalada chilena bien jugosa y un vaso de agua. Le gustaba escuchar lo que los amantes hablaban, imaginaba, tal vez, que podría estar con su mina en ese momento, compartiendo como lo hacían las parejas que se encontraban en el local. Terminado el almuerzo le pidió un agüita de manzanilla al garzón, la bebió en un par de sorbos, pagó la cuenta y se fue. Caminando por la calle Tarapacá divisó a un viejo conocido, trató de evadirlo pero él ya lo había visto también. El tipo es Nicanor, y al ver a Ramón le gritó: -¡Eh! Ramón. ¡Tanto tiempo!-, Ramón siguió caminando como si nada hubiese pasado, pero Nicanor insistió y lo tomó del hombro. Se miraron, se abrazaron, casi obligadamente, y por insistencia de Nicanor partieron a un local de mala muerte ubicado cerca de Los Héroes. Una vez dentro del local Nicanor pidió dos cañas de vino, Ramón se rehusaba a beber. Ramón estaba en rehabilitación. Ambos eran alcohólicos y cinco años atrás pasaban sus días bebiendo alcohol, jalando coca que conseguían con un amigo rati. Luego de diez minutos de insistencia por parte de Nicanor, Ramón accedió a beber la primera caña de vino en dos años. Lo que sucedió a partir de ese instante es lo obvio.

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