Venía llegando a Santiago, sucio,, sin haberme bañado en tres días. Es que en el camping no habían duchas. Bueno, en realidad si habían, pero solo tenían agua helada y no me iba a bañar con agua helada. Prefería quedarme con el pelo lleno de sal producto de la brisa marina. Pelo tieso como los pelos de una escoba. Venía llegando a Santiago, y hacía mucho calor, calculo unos 33°C. Y no tenía ganas de irme en micro, así que me acerqué a un taxi que estaba estacionado.
-Compadre, ¿está libre?
-Sí, suba no más.
El asiento estaba caliente, al parecer unas señoras que venían del supermercado habían estado sentadas en el taxi.
-chuta, qué calor-, dije, para hacer más ameno el viaje, el retorno a la capital.
-sí, mucha calor.
-¿han estado todos estos días así?
-no tanto, pero igual sí-, comentaba el taxista.
Sonaba la radio, querida, dime cuándo tú, dime cuándo tú vas a volver.
-¿y de dónde viene?
-de Los Vilos, allá no estaba tan caluroso como acá.
Empiezan a sonar bocinazos, el taxista dice algo que no logro entender, pero es relacionado con su madre, luego logro captar algo de lo que decía.
-mi mamá está lejos, como a 400 kilómetros, no sacan nada con sacarla a conversación.
-ah, ¿dónde está?
-en Chillán.
-esa ciudad si que es un horno.
-sí, es terrible.
Luego le dije al taxista que me dejara pasado Lira.
-en el edificio café, ¿cierto?
-el mismo.
Le pagué la carrera, que salió algo así como luca quinientos, le pagué con dos lucas y le dejé el vuelto.
-Buenas tardes, que tenga un buen día.
-Igualmente, compadre.
domingo, 25 de noviembre de 2012
miércoles, 21 de noviembre de 2012
Lo obvio
Se sentó en la mesa de todos los días, en el local que iba a almorzar durante la semana porque su mina no le cocinaba. Se acercó el mozo y le trajo lo que pedía los jueves: un pernil con puré picante, ensalada chilena bien jugosa y un vaso de agua. Le gustaba escuchar lo que los amantes hablaban, imaginaba, tal vez, que podría estar con su mina en ese momento, compartiendo como lo hacían las parejas que se encontraban en el local. Terminado el almuerzo le pidió un agüita de manzanilla al garzón, la bebió en un par de sorbos, pagó la cuenta y se fue. Caminando por la calle Tarapacá divisó a un viejo conocido, trató de evadirlo pero él ya lo había visto también. El tipo es Nicanor, y al ver a Ramón le gritó: -¡Eh! Ramón. ¡Tanto tiempo!-, Ramón siguió caminando como si nada hubiese pasado, pero Nicanor insistió y lo tomó del hombro. Se miraron, se abrazaron, casi obligadamente, y por insistencia de Nicanor partieron a un local de mala muerte ubicado cerca de Los Héroes. Una vez dentro del local Nicanor pidió dos cañas de vino, Ramón se rehusaba a beber. Ramón estaba en rehabilitación. Ambos eran alcohólicos y cinco años atrás pasaban sus días bebiendo alcohol, jalando coca que conseguían con un amigo rati. Luego de diez minutos de insistencia por parte de Nicanor, Ramón accedió a beber la primera caña de vino en dos años. Lo que sucedió a partir de ese instante es lo obvio.
lunes, 19 de noviembre de 2012
el Ale
Se llama Alejandro. Es un hue’ón
alto, muy flaco, con la cara demacrada y ojos muy azules. Tiene el pelo largo,
pero siempre lo lleva atado como cola de caballo. Fuma, nunca lo he visto sin
un cigarro en la mano. Y toma Coca-Cola, mucha Coca-Cola, en botella desechable
debido a que está chato de las botellas retornables. El hue’ón es mi jefe, o
algo por el estilo. Llegó a la banquetera cuando era pendejo, lo llevó el Memo
Concha. El Memo no importa en esta historia. Trabajó de garzón, de barman,
cargando los camiones del arriendo, pero ahora el hue’ón es el jefe. Es bueno
pa’l hueveo. No bebe alcohol, se curó una vez y nunca más volvió a tomar. Pero
fuma mucho. El Ale estudiaba derecho, pero nunca hizo la práctica, por ende
tampoco dio el grado, dice que en ese tiempo necesitaba plata y la práctica de
los abogados no es remunerada, por eso se metió en la banquetera. A veces lo va
a ver una mina a los eventos, una hue’ona rubia teñida, de tetas operadas que
al parecer es su polola o algo así. El hue’ón es misterioso, casi nunca cuenta
cosas de su vida, en volá lo pasó mal en el pasado. El Ale casi nunca come,
nunca lo he visto comer un plato de comida, lo único que lo he visto comer es
una mini hamburguesa de cóctel de Felipe Didier en algún evento hace un par de
años, cuando yo aún era garzón. El Ale fuma marihuana, fuma bien porque el
hue’ón gana mucha plata. Fuma porque el hue’ón vive estresado y de algún modo
tiene que relajarse. Yo creo que no hizo la práctica porque la plata que
necesitaba era pa’ comprar marihuana. Usa de matacola una caja de fósforos
Acuenta. La vida del Ale es un misterio, algún día tendré la oportunidad de
charlar con él. De momento solo sé lo que veo cuando trabajamos juntos.
Ventana
Le gusta mirar por la ventana. Le gusta ver a la gente pasar. Le gusta respirar y sentir el viento nocturno. Le gusta observar
los edificios que rodean al suyo. Le gusta ver las luces de las ventanas de los
departamentos. Le gusta que las luces de los departamentos cambien con la misma
frecuencia y colores. Le gusta ver que la gente está viendo lo mismo en
televisión. Le gusta adivinar qué es lo que ven.
domingo, 18 de noviembre de 2012
Helado
Despierta y no siente ruidos en la calle, recuerda que es
domingo y cortan el tránsito en Santa Isabel para que la gente del barrio haga
deporte entre San Ignacio y Portugal. Se asoma por la ventana y un par de
jóvenes pasa andando en bicicleta, una familia pasea a su perro y dos niños
juegan en la plaza. Cierra la cortina y sigue durmiendo.
El calor en Santiago es insoportable, así que el joven
vuelve a despertar, esta vez por el ruido de los automóviles; son más de las dos
de la tarde por lo que los autos vuelven a pasar con normalidad por Santa
Isabel. Se levanta de la cama y parte al baño, siente los pies doloridos pues
trabajó las dos noches anteriores como barman en matrimonios. Se cepilla los
dientes, lava su cara y vuelve a la cama. Recuerda que ya terminó de leer el
libro de Díaz Eterovic, extraña a Rendic y comienza a leer Ángeles y Solitarios,
también del croata. Los almuerzos con su familia son algo que detesta, siempre
silencio y temas banales; nunca se conversa nada de política ni de temas
filosóficos. Almuerzo.
Otra vez en su pieza sigue con la lectura, sabe que tiene
que hacer miles de cosas para la universidad, pero prefiere leer, ha pasado
mucho tiempo de su vida sin leer y quiere recuperarlo. Mientras lee suena King
Crimson en su computador, Discipline. En la pieza, con vista al poniente,
comienzan a ingresar los primeros rayos de sol de la tarde, que hacen que se
eleve la temperatura de la pieza; el joven, acostado en su cama, estira su
brazo y tira del cordel para cerrar la cortina más gruesa, que aísla en parte
el calor y evita que el sol llegue sobre su cabeza. La ventana está abierta y
bajo la ventana, apoyada en la pared está la guitarra de su hermano. El
viento del Oeste mueve las cortinas, las que pasan a llevar las cuerdas de la
guitarra produciendo sonido. Andrés suelta el libro y comienza a pensar en lo
que quiere hacer con su vida, está harto de su carrera y preferiría estudiar
otra cosa, gastronomía.
Llega la hora de la tarde en que el sol se esconde tras el
edificio que está al frente de la pieza de Andrés, por lo que el joven abre las
cortinas para que ingrese el viento fresco de la tarde. Aún hace calor en
Santiago. Decide ir a ducharse, no tarda más de cinco minutos, esto se debe a
que hay algún problema en la casa, no sabe si en el calefont o con la presión
del agua que hace que se enfríe muy rápido el agua en la ducha. Sale de la
ducha, y se dirige a su pieza, se pone su polera favorita, unos shorts
naranjos, que en alguna ocasión unos amigos le dijeron que eran color sandía,
chalas y baja al local que está a la salida del edificio a comprar helado. El único
que había era de chocolate cereza. Lo paga y vuelve a su departamento, a su
habitación. Suena el Islands de King Crimson. Toma el computador y comienza a
escribir.
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