domingo, 25 de septiembre de 2016

Brisas y sueños

Un leve brisa lo despertó. Pequeñas pulsaciones de viento que entraban por la ventana y le acariciaban sus pies descalzos. Bocanadas de aire que coqueteaban con sus ortrejos y pelos de las piernas. Esto último le daba la sensación de tener un insecto merodeándolo, acosándolo. Violando parte de su intimidad. Se sentía intranquilo en sueños. Hasta que decidió que no podía seguir pasando eso. Con la brisa despertó. Con ello notó que no había tal bicho. Que las suaves y delicadas corrientes de aire mecían sus pelos, como si su misión fuera acurrucar aun bebé. Pero lo que el viento no sabía, era que se generaba una reacción en cadena. Un vello, enganchado a otro, provocaban el movimiento no sólo del primero, sino que del segundo también. Si el segundo estaba enganchado al otro, esto crecía y se volvía algo insoportable.

Hacía calor afuera. Pero como él estaba adentro no lo sentía. Sólo la brisa. Él, la brisa y los bichos imaginarios. Los pequeños seres que tanta gente aborrece. Que aplastan sin misericordia. Crac. Crac. Crac. Y su caparazón (¿así se llama?) se rompía en dos o más trozos. Los pelos del insecto imaginario también se veían. Se movían con las ondas que se generan al tener masas de aire frías y calientes. Convección. Y así el fluido gaseoso seguía su danza. El coqueteo entre ambas partes. Como un baile de apareamiento, que da resultado. Y ese resultado es el viento.

Se moja la cara. Quiere terminar de despertar. Siente su cuerpo caliente. Húmedo. Pero ya no quiere esa sensación. Igual rico estar sudado y que una brisa enfríe el sudor y te baje la temperatura corporal. Quiere dejar de sentir ese ser que lo atormenta. Que lo obliga a pensar que tiene algo ajeno a él. Un parásito. Como una rémora y una mantarraya. La pareja perfecta. Solo que en este caso uno de los dos se siente incómodo. Y no es el bicho.

No es el bicho, porque no existe. Está en su imaginación. Quiere dejar de sentir. Dejar de imaginar. ¿Es posible abstraerse a tal nivel? No lo sé. Creo que él tampoco lo sabe ni llegará a saberlo. Se hace tarde y la brisa cesa. Se acaba, ç'est fini o algo así. El sueño lo domina. Lo atonta. Lo adormece. Lo doma como a un caballo y lo hace caer rendido a sus pies. Comienza el sueño y una nueva perturbación. Una brisa muy pequeña. Ínfima. Como la que produce el aleteo de una mosca.

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