lunes, 22 de agosto de 2016

Remolinos

Y de la nada aparecían. Cuando el viento por algún motivo que desconozco removía el sedimento desértico. Lo elevaba y la magia ocurría. Se formaba el remolino. Lo veíamos a la distancia. En su auge y en su caída. Queríamos ser parte de él. Tratar de entenderlo. De fundirnos con él y dejarnos llevar por la ventolera. Ser granos acarreados por alguna de las fuerzas de la tierra. Sentir que somos livianos y que podemos movernos por donde se nos plazca. O por donde nos lleven las corrientes. Es por eso que corríamos hacia ellos, en una eterna danza, con el temor de desaparecer, de no volver más a nuestro hogar. Con el miedo de que nuestros anhelos se volvieran realidad y pasáramos a ser un grano más dentro del polvo que mueve el viento. Dust in wind. Y suenan los violines. Y suena el silencio del desierto. Y también el chocar del sedimento contra el lecho rocoso. Y si prestáramos más atención, de los granos de arena enfrentándose contra la ínfima pared de agua del Loa. Esa que tantos recuerdos me trae. De los olores de las plantas que crecen en un lecho. Olor a casa. Un lugar que me es lejano en estos momentos. Qué ganas de que llegara uno de estos tornados de arena a mi pieza y me transportara al norte, a mi tierra que tanto extraño.