martes, 25 de octubre de 2016

Escala de grises

Aparece de vez en cuando sacando ese momento a los rincones más someros de la memoria. Esa frágil, ¡e impredecible!, capacidad que tenemos de recordar situaciones pasadas. Así, en blanco y negro, sale a flote cual madero en un mar tormentoso, esa foto. En escala de grises, que podrían mostrar tristeza, o algún sentimiento de esa índole. Pero los grises tienen otro matiz. Y es que el recuerdo está gobernado de felicidad. Apareces contento. Con una sonrisa que hace olvidar tantos problemas que tenías. La foto la tomé con la cámara que aún conservo. Pero en mi frágil compañera ese momento aparece inalterable. Como si el tiempo no pasara. Un momento congelado, que sale a relucir como cuando en las películas exploradores encuentran un mamut entre los hielos eternos de un glaciar, y al derretirlo el peludo mamífero extinto vuelve a la vida, a perderse en un mundo que le es ajeno, pero al que alguna vez perteneció.

Y ahí estás tú. Congelado en el tiempo y en mis pensamientos. La imagen la puedo describir a la perfección. Tu cara risueña, girada levemente hacia tu hombro derecho, y apoyada en la palma de tu mano diestra. El codo sobre un cojín de ese sillón que no es tan cómodo y el brazo izquierdo extendido se pierde en ese lado de la fotografía. La camisa desabrochada en sus dos botones superiores, dejando al descubierto ese pecho que nunca tuvo pelos. Una abultada panza escondida tras una camisa blanca, que como siempre, llevabas dentro del pantalón. La piernas semi abiertas cubiertas por un pantalón de tela. De esos que siempre usabas, quizás parte de algún terno. De fondo, las murallas de living sin terminar. Con las esquinas cubiertas de pasta muro sin pintar. Y los cuadros colgados en la posición que tienen hasta el día de hoy.

En ese tiempo ya no vivíamos juntos. Y trataba de ir todos los domingos a almorzar contigo y conversar un poco de la vida. Ahí me enseñaste a ponerle un poco de whisky al pisco sour para cambiarle el sabor. En ese momento en que nos dejaban solos en la cocina para preparar el aperitivo en esa coctelera de vidrio, que pasado un rato dejaba que la tapa saliera expulsada por los aires, generando el sonido del descorche de una botella de vino.

Pero al momento en que tomé la foto no estábamos tomando pisco sour. Ese día me ofreciste una piscola. Así que sacamos del refrigerador la botella de Capel, la Coca-Cola, esos hielos grandes que te gustaban, que preparábamos en esa cubetera metálica del año del níspero. Y partimos al living con sendos vasos con uno de los tantos brebajes nacionales. Y así se pasó el rato. Antes mencioné que la memoria es frágil. A pesar de recordar todo esto, no logro dilucidar si fue antes o después de almuerzo. Qué va. Quizás no es relevante dentro de la descripción. Esa fue la única y última piscola que nos tomamos juntos. Después vinieron un par de copas de vino y una que otra cerveza. Fue un momento único. Y tuve la suerte de retratarlo. De capturar un trozo de tu alma, como era la creencia de los antiguos, en una fotografía.

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