sábado, 13 de junio de 2015

Microbusero

Despertó de su siesta por culpa de un bocinazo. La urgencia del hecho lo obligó a dejar la comodidad de su asiento, de esos con los amortiguadores a la vista, y partir a una reunión en la garita. Al bajar de la micro se encontró con Esteban, quien lo instó a participar del paro mañana. Pero, hueón, entiende, nos quieren cagar con un sistema nuevo, una hueá que no va a funcionar. ¿Vos creís que a estos gallos les importa alguna hueá de lo que nos pase a nosotros? Se quieren puro forrar. Ya vai a ver como queda la cagá. En la reunión la mayoría estuvo a favor del paro. La idea era bloquear Vespucio a la altura de El Cortijo, temprano en la mañana. Los dos recorridos de la Intercomunal Siete estarían ahí. Al final Ramiro dio su mano a torcer y se sumó. Una llamada desde un teléfono público para avisarle a sus señora que no iba a llegar a dormir a la casa. Que no se preocupara. Que era por algo bueno. Dos de los cientocinco recorridos que se sumaron.

Por la radio, las noticias deportivas le informaban que su equipo, Santiago Morning, o el Chaguito, como le llamaba con cariño, había empatado a un tanto contra la Unión. No había podido ir al estadio, ni tampoco escucharlo por la radio.

En la noche, en la garita, el humo de los cigarros que se fumaba se mimetizaba con el humo que emanaba de la fogata improvisada en un oxidado tambor de petróleo. Olor a madera quemada y restos de basura que servían para avivar el fuego. Todo por apalear el frío de la noche capitalina.

Incertidumbre había. No confiaban en Navarrete. Quizás nos caga, Le caen unas chauchas o le ofrecen algún puesto y su ideología se va al carajo, pensaban Ramiro y algunos de sus colegas. El viejo Mario era de la idea de armar una barricada en Vespucio. Pero tras las insistencia de sus compañeros, desistió de la idea.

La tensión reinaba en el ambiente. Por minutos nadie hablaba, sólo se miraban. Frío. Nerviosismo. Sueño. Cómo llevar a cabo ésto.

A eso de las cinco de la mañana el primer motor de una Metalpar rompió con el silencio reinante en la garita. Se le sumó un segundo y un tercero. Era el aviso. El paro va, decían algunos, animando a sus compañeros a encender sus máquinas. Una a una fueron saliendo en dirección a El Cortijo.

El bloqueo comenzó. Los buses se cruzaron en Vespucio, ocupando dos pistas las cruzadas y otras ocupando sus propias pistas. Era un enjambre al azar, pero cumplía su función, no dejar pasar a nadie y cortar el servicio de micros de Santiago.

En la radio de la micro de Ramiro se escuchaba que Lagos invocaba la ley de seguridad del Estado. Chucha, cagamos, pensaba mientras consumía su cigarro. Miraba a la virgencita que tenía colgada del techo de su máquina. Decidió partir en la micro a la garita. Tenía miedo. No le importaban las consecuencias. Con vergüenza abandonó el corte y se fue a su casa. Les había fallado. Tenía pena. Sin embargo no sabía que a fin de ese año tendría una pena aún mayor. El Chaguito descendía a la Primera B.

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