lunes, 8 de junio de 2015

Esteban

Siento que sería mejor que la casa estuviese en silencio. Esas conversaciones con situaciones triviales no me interesan. Tampoco las puedo evitar cerrando la puerta, porque se siguen escuchando. Las desventajas de vivir en una casa de material liviano. Pero qué voy a hacer. Es lo que me tocó. Queda poco para ver a mis amigos. Con ellos, aunque no participe de la conversación, no me aburro. Hablan cosas interesantes, Me comentan libros, películas, sus experiencias de viajes. Es extraño tener amigos tan cultos. Yo leo, pero leo puras hueás. O cosas que no le interesan a mis amigos. Muchas de las cosas que sé de filosofía o política las he aprendido de ellos. Es extraño ser su amigo. Yo les cuento anécdotas de la pobla. De los problemas que tenemos. De las bases, como dicen ellos. A veces van para mi casa, ayudan un poco en el barrio. Hacen asesorías legales gratuitas. Se mueven. Yo soy el nexo. El que los aterriza un poco con la realidad. Que los saca de la teoría de sus libros, que los hace enfrentarse a problemas reales. No a qué le voy a echar al pan hoy ni qué camisa me pondré para que combine con los calcetines. No me hablen de hueás. Como dicen ellos first world problems, o algo así. No sé lo que significa. Imagino que problems es algo así como problemas. No sé. No cacho nada de inglés. Los libros que leo están en español. Son de la pequeña biblioteca que juntó mi abuela con mucho esfuerzo. Libros que ya no están en buen estado. Tienen las hojas quemadas, olor a humedad, a algunos les faltan páginas. La mitad deben ser almanaques y enciclopedias desactualizadas. Eso es lo más terrible. Vivo en el pasado. No literalmente. Tampoco tenemos TV cable, menos internet. Para que hablar de un celular con pantalla táctil. Mi celular me lo regaló el loco Pepe. Se choreó una cartera y estaba ese celu. Como no le servía para vender, me lo dio. Me conseguí por cien pesos el cargador en la feria. Nunca tengo saldo. Con qué plata, si lo que gano, se lo tengo que pasar a mi vieja para ayudarla en la casa. Lo que logro rescatar lo gasto en cervezas tarde mal y nunca y en mis infaltables cigarros, compañeros de interminables noches, de amenas tertulias y de mis lecturas en la cancha de tierra del barrio. Leo en la cancha porque ahí no escucho conversaciones banales. O al menos no por largo tiempo. Lo que demora en que pasen las vecinas que van a comprar pan al local de don Mario. Cuando se vuelve insoportable la situación, salgo de mi casa, voy donde don Mario, que tiene un teléfono en el local y llamo al Javier. Suele recibirme sin problemas. Conversamos, fumamos y me quedo a dormir en su casa. Muchas veces no logro conciliar el sueño, hurgo en sus libros y me decido por el que me parezca interesante. Al menos son más actuales que los de mi casa. Y salen de esas novelas románticas con las que suspiraba mi abuela en sus tiempos mozos. Cuando, timidamente, comenzaba a masturbarse pensando en el protagonista del libro. Pero bueno, no quiero imaginar a mi abuela tocándose en busca de placer. Algún día podré salir de mi casa. Tener mi espacio. No tener que escuchar conversaciones que no me interesan.  

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