miércoles, 5 de marzo de 2014

Encendedores

Solía tener muchos encendedores. Nunca tenía un encendedor cuando salía, por lo que me veía en la obligación de comprar uno para poder fumar. Lo más sensato hubiese sido pedirle a alguien que me prestara su encendedor para poder prender mi cigarro, pero la timidez, la desconfianza no me lo permitían. Quizá no era ni la timidez ni la desconfianza, más bien, eran las no ganas de interactuar y forzar alguna conversación con algún extraño. Lo mismo pasaba cuando compraba un encendedor, pero este me serviría por el resto del día. Sin encendedor tendría que pedirle fuego a varias personas durante el día. Al tener mi encendedor tenía libertad. Al llegar a casa, y casi como un ritual, dejaba el encendedor en el primer cajón de la cómoda. Bueno, siempre olvidaba el encendedor al salir, así que tenía que volver a comprar uno. Un día noté que tenía más de 50 encendedores en el cajón. Decidí no volver a comprar uno hasta que se perdieran, gastaran, rompieran, cada uno de esos encendedores. Siempre me acuerdo que un día, carreteando donde un amigo, se nos acabaron los cigarros. Partimos a comprar y nos dimos cuenta de que no teníamos encendedor. Conseguimos con alguien en la calle, lo que nos costó mucho porque eran cerca de las dos de la mañana y nos fuimos a la plaza a fumar. Como teníamos ganas de fumar, y no teníamos encendedor, antes de que se nos acabara un cigarro prendíamos el siguiente con la colilla. Así pasamos cerca de una hora en la plaza, fumando un cigarro tras otro hasta que se acabó la cajetilla. Hoy, estando en casa, tenía ganas de fumar y no tenía ningún encendedor. Tampoco fósforos. Creo que es tiempo de salir a comprar uno.

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