Solía tener muchos encendedores. Nunca tenía un encendedor
cuando salía, por lo que me veía en la obligación de comprar uno para poder
fumar. Lo más sensato hubiese sido pedirle a alguien que me prestara su encendedor
para poder prender mi cigarro, pero la timidez, la desconfianza no me lo
permitían. Quizá no era ni la timidez ni la desconfianza, más bien, eran las no
ganas de interactuar y forzar alguna conversación con algún extraño. Lo mismo
pasaba cuando compraba un encendedor, pero este me serviría por el resto del
día. Sin encendedor tendría que pedirle fuego a varias personas durante el día.
Al tener mi encendedor tenía libertad. Al llegar a casa, y casi como un ritual,
dejaba el encendedor en el primer cajón de la cómoda. Bueno, siempre olvidaba
el encendedor al salir, así que tenía que volver a comprar uno. Un día noté que
tenía más de 50 encendedores en el cajón. Decidí no volver a comprar uno hasta
que se perdieran, gastaran, rompieran, cada uno de esos encendedores. Siempre
me acuerdo que un día, carreteando donde un amigo, se nos acabaron los
cigarros. Partimos a comprar y nos dimos cuenta de que no teníamos encendedor.
Conseguimos con alguien en la calle, lo que nos costó mucho porque eran cerca
de las dos de la mañana y nos fuimos a la plaza a fumar. Como teníamos ganas de
fumar, y no teníamos encendedor, antes de que se nos acabara un cigarro
prendíamos el siguiente con la colilla. Así pasamos cerca de una hora en la
plaza, fumando un cigarro tras otro hasta que se acabó la cajetilla. Hoy,
estando en casa, tenía ganas de fumar y no tenía ningún encendedor. Tampoco
fósforos. Creo que es tiempo de salir a comprar uno.
miércoles, 5 de marzo de 2014
Término
Apareció como una mancha negra en
el cielo. Se movía con gran velocidad. En principio daba la impresión de ser un
OVNI, pero todos sabemos que esas cosas no existen. Venía junto con el viento
sur-norte que sopla por las tardes en Santiago. Mantenía su viaje a velocidad
constante, trazando una trayectoria horizontal. En principio era pequeña, pero
pasado un rato ya se podía ver su verdadero tamaño, casi como una pelota de
fútbol. Bueno, tal vez era más pequeño. A medida que avanzaba hacia mí pude ver
los detalles. Tenía color, fucsia, rojo. No pude distinguir más. También tenía
un hilo colgando. Era un globo. Perteneció a una cabra, su pololo se lo dio
porque ese día cumplieron 1 año juntos. Lo que él no sabía, es que ella ya se
había dado cuenta de todo. Cuando lo recibió, inmediatamente lo soltó. Como
estaba relleno con helio se elevó al cielo y comenzó su trayecto. En principio
se alzó tímidamente, haciendo unos pequeños vaivenes, pero lo atrapó la
corriente de aire y se alejó. Ella se fue corriendo. Él se quedó inmóvil, no
supo cómo reaccionar. Con los últimos rayos del sol el globo comenzó su
descenso. Terminó su viaje en Vicuña Mackenna, donde fue aplastado por una
micro. Ahí terminó todo. Ahí se acabaron todas las promesas de amor. Con la
explosión murieron todos los recuerdos que ella tenía de él.
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