Estábamos en una fiesta, en algún lugar de Santiago, no
sabría decir dónde, debe haber sido en algún lugar de clase media-baja. Esto
último basado en los ladrillos que se dejaban ver en el living-comedor de la
casa. Paredes de ladrillos Princesa -esto lo sé porque estudio ingeniería en obras civiles-, sin capa de concreto por fuera, ladrillo
pelado, con apenas una mano de pintura blanca. Debe ser alguna de esas villas
que tienen cientos de casas iguales, todos con los living-comedor de la misma forma.
En la mesa se podían observar los vasos, todos diferentes, restos de juegos de
vasos antiguos y algunos más nuevos. Los tragos que habían no eran de los más
caros, tampoco de los más baratos, pero no podría decir exactamente cuáles
eran. Aun así, nos acercamos a la mesa y nos servimos unas piscolas, –creo-,
luego nos acercamos al sillón para sentarnos. No cabíamos los tres, había
alguien más sentado ahí, así que acercamos una silla y nos pusimos a conversar.
Nos sentíamos incómodos, prácticamente de eso trató la conversación,
conversación que tenía que ser discreta para no ocasionar molestia a los dueños
o a los amigos de estos. Comencé a fijarme en el sillón. Estaba forrado en algo
que parecía cuero, pero claramente no lo era, estaba lleno de hoyos, yo creo
que estaba así de lo viejo que era, o quizá por la mala calidad del forro que
tenía. Igual era cómodo, eso es lo que más importaba en ese momento. Después me
fijé en el piso, no era de madera, ni siquiera era piso flotante. Toda la casa
tenía el piso de cerámica, ¡hasta las piezas!, como pude notar con
posterioridad. El alcohol y la droga que había jalado disminuían un poco el
impacto que me producía esta casa. La coca me la había conseguido el hijo de un
socio de mi papá. Era muy pura, me salió súper cara. Pero no importa, puedo
pedirle más plata a mi viejo mañana, o cuando la necesite. En un momento se nos
acercó uno de los invitados de la fiesta. Nos comenzó a hablar, pero no le
dimos bola. Se notaba que tenía ganas de armar una pelea, cosa que a mí me
parece atroz. Pero él insistía con pelear, e incitaba a alguno de sus amigos a
unírsele. Comenzó dándome un par de palmadas en la cara, y eso yo no lo
aguanté. Cómo se le ocurre a ese roto tocarme. Más aun sin yo haberle hecho mal
alguno. Quizá le molestaba mi presencia. Quizá quería que le diera plata. Quizá
quería mis zapatillas. Vaya a saber uno. Las cosas pasaron rápido, pero me vi
enfrascado en una pelea con aquel tipo. Creo que logré pegarle un par de
combos, incluso diría que le quebré la nariz. Pero él me dejó peor. No sé qué
habrá sucedido en el lapso de tiempo en que estuve inconsciente, de lo único
que estoy seguro es que mis amigos se fueron, no me ayudaron, y, que, además,
el tipo con el que peleé me robó toda la plata que andaba trayendo, ¡hasta los
dos papelillos con coca! Medio atontado, me agarré de la mesa y me levanté.
Abrí la puerta que daba a la calle y salí. Comencé a caminar, a preguntarle a
la gente dónde estaba. ¡Vaya, qué lejos estaba de casa! Cogí el primer taxi que
pillé y le pedí que me llevara a mi hogar. Llamé a la Gabi, que es mi nana, y le dije que
me esperara con plata afuera de la casa, y que no les contara nada a mis
viejos. Así lo hizo. Cancelé los quince mil pesos de la carrera y entré a la
casa. Cuando llegó mi viejo y me preguntó que cómo estaba, le dije que bien,
que lo había pasado muy bien en la casa de Andrés, que es mi mejor amigo. Si
supiera todo lo que pasé anoche me desheredaría. Y claramente yo no quiero eso.
domingo, 31 de marzo de 2013
Caos
-¿No tenís otra
cosa que decirme?
-Y cachai que
estaba en el carrete y apareció ella.
-Puta, sí, pero
acá no te lo puedo decir. Siento que hay mucha gente alrededor, y esta hueá es
seria, onda, pa’ conversarlo solos.
-¿la pulenta? ¿Y
qué onda, hueón?
-Dale, ¿te
parece si nos bajamos en dos estaciones más? Por ahí hay un café. Es un lugar
súper tranquilo, nunca va mucha gente, quizá uno o dos escritores, pero siempre
están concentrados en lo que escriben. Le importa un bledo la gente que va pa’l
café.
-Sí, la dura. Hueón,
te juro que quedé pa’ la cagá, estaba más rica que la chucha, con unos
pantalones terrible apretados, se le veía la media raja. Pa’ que te cuento el
escote que tenía. Uf, me acuerdo y me caliento.
-Ya po’, tú me
guías, sabes que no conozco estos sectores.
-De más po’,
socio, si la cabra está terrible buena. ¿Y pasó alguna hueá?
-Cambiando un
poco el tema, me acurdo que estabai planeando un viaje a Chiloé, ¿en qué quedó
eso?
- Ni te cuento
mejor, quedó la cagá.
-No cacho, tuve
un atado en mi casa y tuve que gastar la plata que tenía pa’ eso. Igual, si
logro volver a juntarla parto pa’ allá lo antes posible.
Se inicia el
cierre de puertas.
-Chucha, acá me
bajo, socio, otro día me terminai de contar, chao.
-Ah, pucha, ¡qué
lata!
-Ten más
cuidado, cabrito. No andes empujando. Como te iba diciendo, María, me compré
unos collares en la calle, están súper bonitos, cuando lleguemos a la casa te
los muestro.
-Sí, pero así
son las cosas. Igual, en una de esas podría partir no más, si me animo más,
podría irme a Argentina, tengo unos amigos allá, viven cerca de Buenos Aires.
-¿Y cuánto te
costaron, abuelita?
-Es bonito
Buenos Aires, voy todos los años para allá, casi siempre pa’ algún fin de
semana largo. Aprovecho de comprar libros y cd’s.
-Eso no es de tu
incumbencia, no tengo por qué decirte cuánto gasto en mis cosas.
-¿Acá nos
bajamos?
-Perdón, tenía
curiosidad por saber. Oye, abuelita, ¿me puedes comprar un helado en el almacén
que está cerca de tu casa?
Se inicia el
cierre de puertas.
-Sí, vamos, apúrate,
que nos quedamos arriba.
-Bueno, pero no
le digas a tu mamá, que después me reta por dejarte comer a deshoras.
-¿Jorge? ¿Jorge
Díaz?
-¡Ya!
-¡Jaimito!
¡Tanto tiempo sin vernos! ¿Qué ha sido de tu vida?
-Aquí estamos,
compadrito. Buscando pega, la cosa está cruda, mi señora también está sin pega,
y mi hijo mayor entró a la u, no sé qué voy a hacer.
-Pucha,
compadrito, qué mal.
-Sí, ¿tenís
algún dato de pega? En lo que sea.
-Puta, no,
parece que la cosa anda mal en todos lados.
-Así parece. Ya,
compadrito, me bajo acá. Que estés bien, saludos a tu familia.
miércoles, 27 de marzo de 2013
Segunda persona.
The sun falls on my eyes and I'm struggling to reason why everybody smiles.
Estás escuchando Penfold, pensando si seguir leyendo a
Bolaño o ir a prepararte un sándwich de queso. Al final no te decides por
ninguna y sigues escuchando Penfold. Sabes
que no te hace bien escucharlos a estas horas de la madrugada, pero insistes en
hacerlo. Quizá por qué lo haces, tal vez no tuviste un buen día, quizá sí. Lo
más seguro es que hayas tenido un buen día, pero alguna situación lo haya
arruinado. Ves los cigarros sobre la cómoda, piensas en fumar, pero en realidad no
tienes ganas. La verdad es que este último tiempo te ha dado asco el olor a
cigarro. Te da asco quedar con los dedos con olor a tabaco. Prefieres seguir
acostado, escribiendo estas líneas. En cierto modo usas esto para desahogarte,
o algo así. Te gustaría tener más talento para escribir. O más imaginación para
lograr escribir algo más que media plana. Tu principal problema es que te hace
falta leer más. Ese es el mayor problema. No basta con lo que lees actualmente.
Debes hacerlo más para obtener más vocabulario, pero eso se dará con la
costumbre. Mejor anda a leer a Bolaño. Déjate de huevadas, no te llevarán a ningún
lugar, solo a seguir odiando un poco más al mundo.
sábado, 23 de marzo de 2013
martes, 5 de marzo de 2013
Olvidar
Garrafas, todo el parque lleno de garrafas. Vacías. Todas
las garrafas están vacías. El ambiente está tenso, como si toda la gente que ha
bebido el pipeño quisiera pelear. El ambiente está tenso. Julio se levanta,
llevaba cerca de una hora inconsciente, es que mezclar vodka y pipeño no hace
bien. Mareado, muy mareado. No recuerda qué sucedió, ni cómo llegó allí. Nota
que el ambiente está extraño; tenso, piensa. Sacude lo mejor que puede el polvo
y pasto de su polera, busca su sweater y se pone a caminar. Quizá caminando
recuerde por qué se emborrachó para olvidar.
Play
Sentí que faltaba algo en mi
habitación. No sabía qué era, y tampoco indagué más en el asunto. Seguí
haciendo las cosas que estaba haciendo. Nada importante en verdad. Había estado
todo el día en pijama y acostado, y seguía en lo mismo. Total, un día en que no
haga nada no le hará mal a nadie. Volví a pensar en qué faltaba en mi pieza. De
un momento a otro me di cuenta qué era lo que faltaba. Sonido. En verdad,
música. Sonidos hay siempre: el ruido de un bus, el ladrido de un perro, los
gemidos de algunos vecinos haciendo el amor, el ruido de alguna televisión
lejana. Pero en mi pieza sonaba música y de un momento a otro dejó de sonar. El
disco se había terminado, había dejado de girar, y con esto, la música había
acabado. No queda más que volver a poner un disco y apretar el botón play.
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