lunes, 2 de noviembre de 2015

Lanzamiento de disco

Cincuenta metros con setenta y dos centímetros. Míseros cincuenta metros con setenta y dos centímetros. Sin duda la edad le pesaba. Atrás quedaban esos días de gloria en que rozaba la perfección. En que estaba a menos de una cuarta del récord américano del mejor lanzador de disco de su época. Allá por la década de los setenta, cuando, Danek, el checo, alcanzaba la marca de sesenta y cuatro punto cuatro metros y le daba a su país el oro olímpico en Münich.

De eso quedaba poco. Ni el disco de su época dorada ya tenía. Lo había cambiado por uno más nuevo. Quería saber si las nuevas tecnologías afectaban en algo el lanzamiento. El óxido corroía sus articulaciones. Las hacía crujir, como un latón doblándose en un temporal.

El entrenamiento lo empezó con trotes. Una vuelta a la manzana. Tomó sus viejas zapatillas Nike, una bermuda, la camiseta del equipo de sus amores y un cortavientos. Cinco minutos. Eso tardó. Después de un breve descanso, dio una segunda vuelta. Bajó su tiempo en diez segundos. Pensaba que no estaba tan mal después de todo. Un poco de aceite a los pistones y podría volver a las pistas.

Los paseos dominicales de Ilich, su perro, los empezó a realizar trotando. La vuelta a la manzana ya había aumentado al perímetro del Estadio Nacional. Se sentía mejor, pero no del todo, porque aún no volvía a lanzar. Sabía que sería un largo proceso el volver a realizar su pasión de juventud, mas aún con su edad. Pero lo tenía entre ceja y ceja y nada lo iba a detener.

Su señora ya no estaba con él. Había fallecido el año anterior. Un resfrío mal cuidado. Supongo que esa fue una de las razones que gatilló que volviera a entrenar. La soledad. En vez de hundirse en un hoyo, decidió desahogarse con el deporte.

Llegó el día de realizar su primer lanzamiento en más de treinta años. En el campo de entrenamiento del coliseo de Ñuñoa, a un costado de Marathon. El pasto estaba largo, se notaba que no iba gente a entrenar ahí. La única zona sin pasto era una huella por la que pasaban las personas que iban a trotar al lugar. Se paró en el círculo de arena. Tomó posición, dio la vuelta y media y el disco salió por los aires.

Sentía la tensión del momento, se le hizo eterno el vuelo. Podía notar cada pulsación y cómo la sangre avanzaba rauda por sus venas con cada latido del corazón. Hasta que cayó al suelo. Tomó una bocanada de aire y partió hacia el disco.

Cincuenta metros con setenta y dos centímetros.

El entrenamiento seguía día por medio. Los miércoles Ilich le hacía compañía. Lo acompañaba a buscar el disco y lo esperaba con paciencia cuando lanzaba.

La circunferencia de dos y medio metros de diámetro se mantenía como todos los días sólo con sus huellas. Se sentía el frío incipiente del invierno. Y la falta de luz también. Luego de calentar, tomó posición. Estaba decidido a romper su marca personal. El ritual previo al lanzamiento lo hizo paso a paso, tomando todas las precauciones del caso. Estaba tan enfocado en su ritual previo al lanzamiento que olvidó mirar el campo. El disco voló, tomó una parábola casi perfecta y se estrelló.

No lo podía creer. Mientras miraba el objeto volando y siguiendo su camino, vio que este, al aterrizar chocaba en la cabeza de un atleta que entrenaba por los senderos de tierra entre el pasto. Inmediatamente fue a piso. La sangre corría. El último respiro escapaba de los pulmones del corredor. La muerte había llegado para él. 

Corrió hacia él, Asustado, Temblaba, No sabía qué hacer. Fue cuando se agachó para verlo que notó algo. Había roto su marca personal. Incluso había superado los sesenta y cuatro y pico metros del checo. Agarró el disco y salió corriendo mientras que una leve sonrisa se iba formando en su arrugado rostro.

2 comentarios:

Katrina dijo...

Buenísimo!
rápido e inteligente.
Nada hacia presagiar el final! y aunque todo queda ahí es imposible no sentir las emociones contrastantes que debió haber sentido mientras corría con su disco en las manos.

nadezhdaobie dijo...

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